Pero la oficial no dejó que las emociones interfirieran. Sacó de su bolsillo la orden judicial, la mostró a los presentes y giró hacia sus compañeros:
—Esposas.
Antes de que Alejandro pudiera reaccionar, sintió el frío metálico cerrarse alrededor de sus muñecas. La multitud comenzó a murmurar con intensidad.
—Dios mío, ¿qué habrá hecho para que lo arresten el día de su boda? —susurró una anciana.
La novia rompió en llanto y trató de acercarse a su prometido, pero un agente se interpuso. La teniente la miró con seriedad:
—Lo siento… pero él es sospechoso en un caso grave de fraude y… de provocar la muerte de una persona.
El aire se volvió denso. Una ráfaga de viento hizo temblar el velo de la novia. Todas las miradas se clavaron en el novio —quien minutos antes sonreía feliz— ahora con la cabeza baja, evitando los ojos de todos.
La novia, en estado de shock, murmuró:
—No… no puede ser… Él me dijo que solo pidió un préstamo para su negocio…
Pero la teniente sabía que la verdad era mucho más oscura. Durante semanas de investigación, descubrieron que Alejandro no solo estaba ahogado en deudas, sino que además había seducido a varias mujeres para quedarse con su dinero. La víctima más reciente, una joven a la que le arrebató todos sus ahorros, cayó en la desesperación y terminó quitándose la vida.
Las pruebas eran contundentes. Sin embargo, lo que más pesaba en la conciencia de la oficial era la novia: una mujer inocente que estaba a punto de entregar su vida a un hombre de dos caras. En ese momento, supo que detener la boda, por cruel que pareciera, era la única forma de salvar otra vida.