La noche en que mi alma se rompió: Un médico mexicano con más de veinte años de experiencia, paralizado por la confesión susurrada de una niña de 13 años embarazada en Urgencias. La impactante revelación que me obligó a violar todos mis protocolos y llamar a la policía de inmediato. Nadie está preparado para este nivel de horror que acecha dentro de la propia casa y que desafía todo sentido de la justicia. La verdad es más oscura de lo que jamás imaginé.
Pasé el transductor sobre su abdomen y la imagen apareció en el monitor. El aire se me cortó en los pulmones. No era una apendicitis. No era un problema gástrico. Lo que vi fue la silueta inconfundible de una pequeña vida, un embrión flotando en un universo oscuro. El latido rítmico, acelerado. Lucía estaba embarazada.
Mi cerebro, entrenado para la crisis, tardó un segundo en procesar la edad: trece años.
Me giré hacia Lucía, mi voz un susurro forzado. “Lucía, ¿sabías que estás esperando un bebé?”
La reacción fue inmediata y demoledora. Su cuerpo, que había estado tenso, se soltó en un llanto histérico, un lamento que parecía venir de un lugar mucho más viejo y herido que sus trece años. La Tía Elena, que había permanecido en la puerta, se llevó las manos a la boca, el rostro ceniciento. El shock era tan palpable que pude sentirlo como una presión física en la sala. Le pedí a la tía, con la mayor amabilidad posible, que me permitiera hablar a solas con la niña. Necesitaba crear un refugio de confianza en medio del caos.
Una vez que la puerta se cerró, me senté junto a ella. No la presioné. Solo esperé, sosteniendo su mano pequeña y helada, sintiendo el pulso rápido bajo mi pulgar. El llanto fue cediendo, dejando solo sollozos entrecortados.