Clara permaneció al lado de su hija en el hospital, dividida entre la culpa y la determinación.
—Debería haber visto las señales —lloró ante una enfermera—. Debería haberla protegido.
Pero la enfermera la tranquilizó con suavidad:
—Actuaste en el momento en que te diste cuenta de que era grave. Le salvaste la vida al traerla aquí. No te culpes.
Aun así, Clara sabía que el camino sería largo. Ana necesitaría no solo recuperación física, sino también sanación emocional. Los psicólogos empezaron a trabajar con ella de inmediato, usando terapia de juego y conversaciones suaves para ayudarla a procesar el trauma.
Una Perspectiva Más Amplia
Los expertos advierten que el caso de Ana no es aislado. Según los servicios de protección infantil, miles de niños sufren cada año abusos por parte de personas conocidas —a veces incluso familiares.
La doctora Morales, pediatra, declaró:
—Una de las suposiciones más peligrosas es pensar “eso nunca pasaría en mi familia”. Ese silencio y negación permiten que los depredadores continúen.
Añadió:
—Si un niño se queja repetidamente de dolor, miedo o incomodidad —aunque la explicación parezca trivial— los padres deben escuchar e investigar.