La niña se quejaba de fuertes dolores abdominales después de un fin de semana pasado con su padrastro — y la doctora, al ver la ecografía, llamó de inmediato a la ambulancia…

— «Es fundamental saber qué tipo de sustancias ha ingerido. Ya he pedido una ambulancia, y en el hospital haremos todas las pruebas necesarias. No se trata de una simple indigestión.»

Cada minuto parecía una eternidad. Finalmente llegó la ambulancia, y las luces azules iluminaron las ventanas de la consulta. Los sanitarios trasladaron a Ana con cuidado a la camilla y comenzaron de inmediato los procedimientos de estabilización.

Clara caminaba por el pasillo del hospital intentando no romper a llorar. Su mente volvía siempre a la misma pregunta: ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo había podido dejar a su hija sola con Martín?

Durante el trayecto, la doctora le susurró:

— «Los síntomas y lo que hemos visto en la ecografía sugieren que el organismo de Ana ha estado expuesto a algo que no debería. El hígado y el estómago muestran daños. Tendremos una confirmación exacta tras los análisis de laboratorio.»

En la sala de espera, Clara sintió por primera vez una rabia ardiente, mezclada con una culpa insoportable. Martín. El hombre al que había confiado su vida y la de su hija. El hombre en el que había creído. ¿Qué escondía en realidad?

Su móvil vibró. Un mensaje de Martín:

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