—Respeto—dijo, una sola palabra. Un juicio final. —Sígame.
Emily parpadeó. —Señor, solo necesito devolverle…
Pero él ya caminaba. Ella se quedó paralizada un instante, el ticket arrugado.
El miedo era un sabor metálico en su boca. Pero la voz de su madre era más fuerte. Era una armadura.
Minutos después, Emily estaba sentada en la parte trasera de un SUV negro, blindado, que se deslizaba hacia la jungla de cristal del downtown. Aún llevaba puesto su delantal. Aún olía a café viejo y jarabe de arce. Su corazón martilleaba tan fuerte que temía que el conductor lo oyera.
El Piso de Cristal (El Giro Inesperado)
Alexander Grant no la llevó a una sala de juntas. No la llevó a Recursos Humanos.
La llevó directamente a la cúspide. El piso más alto.
Ventanas del suelo al techo. Una oficina que abrazaba el horizonte de la ciudad. El mundo era un tapiz de luces y edificios a sus pies. La luz de la tarde entraba, brutal, reveladora. En la pared, una placa de mármol: Alexander Grant, CEO.
Emily se sintió transparente. Fuera de lugar. Una mancha de grasa y café en ese santuario de poder.
Se sentó en una silla de cuero que olía a éxito. Estaba nerviosa. Pero la curiosidad la mantenía erguida.
Grant deslizó una carpeta sobre la mesa pulida.