Ella respondió que no mucho, que a veces se asustaba con los truenos, pero que si estaba con ella no pasaba nada. Entonces él la miró por fin. y le dijo que era mejor que se quedaran a pasar la noche, que no era seguro salir así. Claudia se quedó sin palabras. Nunca había dormido fuera de su casa desde que se había quedado viuda. Leonardo lo notó.
Se levantó de la silla y se acercó. Le dijo que no era una orden, solo una sugerencia, que si quería podía llamar a alguien para que las fueran a buscar, pero que por la lluvia lo veía complicado. Claudia bajó la mirada. Sabía que tenía razón. Salir con Renata bajo esa tormenta era peligroso. Aún así, se sentía incómoda.
Fuera de lugar. No era su casa, no era su vida, pero aceptó. Esa noche fue distinta desde el principio. Marta preparó una cena más ligera de lo normal, sopa caliente, pan y té. Renata comió tranquila, sentada en la mesa del comedor como si fuera cualquier otro día. Leonardo también cenó ahí sin su típico silencio.
Le preguntó a Renata sobre sus dibujos, sobre sus colores favoritos, sobre lo que quería ser cuando creciera. La niña dijo que quería ser astronauta o vendedora de paletas. Él rió. Claudia también. Después de cenar, Marta subió al cuarto de visitas y preparó una cama para ellas. Les dejó toallas limpias, una muda de ropa prestada y un bote pequeño de crema para la niña. Claudia le agradeció con una sonrisa apretada, sin saber bien qué decir.
Marta la miró con dulzura y solo dijo, “No te sientas mal. A veces la vida nos da descansos que no pedimos, pero que necesitamos.” La tormenta seguía fuerte. El sonido del agua cayendo era constante. Claudia se sentó en la cama con Renata, le quitó los zapatos, le peinó un poco el cabello húmedo con los dedos y le puso la pijama prestada. Renata, como si entendiera que esa noche era especial, no hizo preguntas.
Se acurrucó junto a su mamá y se quedó dormida en menos de 10 minutos. Claudia bajó por un vaso de agua. La casa estaba en silencio. Al pasar por la sala, vio luz en el estudio. Dudó, pero caminó hacia allá. Leonardo estaba sentado en el sofá con una taza en la mano. Le preguntó si quería un té.
Ella dijo que sí, sin pensar se sentó al otro lado del sillón, dejando espacio entre ellos. Por un momento, ninguno habló hasta que él rompió el silencio. Le dijo que era la primera vez en años que no se sentía solo, que no entendía bien lo que pasaba, pero que desde que Renata y ella estaban presentes, la casa ya no se sentía vacía.
Claudia no sabía qué responder, tragó saliva y bajó la mirada. Leonardo se inclinó un poco hacia adelante. Le preguntó si alguna vez había sentido que el tiempo se congelaba, que todo lo que dolía se quedaba en pausa por un momento. Ella asintió despacio. Dijo que cuando miraba a su hija dormir sentía algo parecido. Entonces él le dijo algo que la dejó helada. Me da miedo volver a sentir.
No lo dijo como confesión romántica ni como drama. Lo dijo con la voz baja, firme, con el cansancio acumulado de años en los hombros. Claudia lo miró por primera vez. Lo vio como un hombre real, no como el patrón, no como el millonario, no como el viudo, solo un hombre. Un hombre roto como ella. Ella le dijo que también tenía miedo.
Miedo de que algo bueno se deshiciera, de ilusionarse, de no ser suficiente, de que su hija se encariñara con alguien que no estaría ahí mañana. Leonardo cerró los ojos por unos segundos, respiró hondo y entonces, sin planearlo, sin pensarlo, sin adornos, se tomaron de la mano. No fue un gesto romántico de película, fue simple, sincero, dos manos encontrándose en mitad del silencio. No hubo palabras, no hicieron promesas, solo se quedaron ahí escuchando la lluvia golpear las ventanas, sintiendo por primera vez que había alguien que entendía lo que el otro cargaba por dentro. Pasaron así un rato largo. Claudia no sabía cuánto
tiempo, pero se sintió bien, como si ese espacio, por más ajeno que fuera, le diera un respiro que no recordaba haber tenido desde que perdió a su esposo. Leonardo no dijo nada más, solo se levantó, la miró y le dijo con suavidad que descansara, que cualquier cosa que necesitara, ahí estaba.
Claudia volvió al cuarto con el corazón latiendo más fuerte de lo normal. se acostó junto a Renata, la abrazó y cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo se durmió sin miedo y allá afuera la tormenta seguía. El lunes por la mañana el sol volvió a salir con fuerza, como si la tormenta del viernes no hubiera existido.
El cielo estaba despejado, las calles ya no estaban encharcadas y la vida seguía como siempre. Pero dentro de Claudia algo había cambiado. Esa noche distinta que pasó en la casa de Leonardo le dejó muchas emociones revueltas. No podía dejar de pensar en la forma en que él le habló, en ese momento en que se tomaron de la mano, en ese silencio que compartieron.
No fue un beso, no fue una declaración, pero fue algo, algo real. Renata iba feliz, como todos los días. cantaba mientras caminaban rumbo a la parada del camión y le preguntaba a su mamá si podían volver a quedarse en la casa grande.
Claudia le respondió que no, que solo fue por la lluvia, pero por dentro no estaba tan segura de querer mantener esa distancia. Quería proteger a su hija, claro, pero también sentía que ya no era tan fácil separar todo lo que estaba pasando. El corazón no entendía de diferencias sociales, ni de sueldos, ni de pasados rotos. El corazón solo sentía. Al llegar a la mansión, José las recibió con la misma sonrisa de siempre.
Marta en la cocina preparando desayuno. Claudia dejó su bolsa, le dio a Renata sus cosas para dibujar y se puso a trabajar. Estaba barriendo el pasillo del segundo piso cuando escuchó la puerta principal abrirse. No le dio importancia al principio, pero en cuanto oyó la voz lo supo. Julieta había vuelto. Sus pasos eran distintos, tacones que resonaban con fuerza, con intención.
bajó del segundo piso y la vio entrando a la sala con un vestido entallado color vino y una bolsa de marca colgando del brazo. Saludó a Marta como si fueran viejas amigas, aunque nunca habían sido cercanas. Luego miró alrededor como si estuviera inspeccionando. Claudia siguió con su trabajo tratando de pasar desapercibida, pero no tuvo suerte.
Julieta caminó hacia ella con una sonrisa fingida y la saludó con un tono que parecía amable, pero traía veneno escondido. Buenos días, Claudia, ¿verdad? Claudia se limpió las manos con el trapo y respondió con respeto. Buenos días. Sí, señorita. Qué gusto que sigas aquí. Me habían contado que últimamente te has vuelto parte muy importante en la casa”, dijo con una voz suave, pero cargada de doble sentido. Claudia no respondió, solo bajó la mirada y siguió barriendo. Julieta no se movió.
“Debe ser bonito trabajar aquí, sobre todo cuando el jefe empieza a sonreír otra vez. Eso no se veía desde hace años.” Claudia levantó la mirada con calma, sin caer en provocaciones. “Solo hago mi trabajo, como siempre.” Julieta sonrió con los labios, pero no con los ojos. Claro, pero me imagino que no cualquiera logra hacer reír a Leonardo.
Eso no es parte del contrato, ¿o sí? Claudia sintió que la sangre le subía al rostro. No gritó, no respondió con enojo, solo respiró hondo y siguió con lo suyo, pero por dentro cada palabra le había calado. Más tarde, mientras preparaba las habitaciones de arriba, Renata corrió hacia ella con un dibujo en la mano. Mira, mami, es Leo y yo en el columpio. Claudia lo miró.
Era un dibujo sencillo de palitos, pero lleno de ternura. Ella lo abrazó y le dijo que estaba bonito. En ese momento, Julieta apareció en la puerta. Escuchó todo. Caminó hacia Renata con esa sonrisa falsa y se agachó para verla de cerca. “Así que tú eres la famosa Renata.