También había ido a una revista de chismes de esas que publican escándalos con fotos borrosas y titulares en rojo. Les ofreció una exclusiva. El millonario que dejó todo por la empleada. Pero los reporteros querían más que una historia vieja. Querían pruebas, nombres, documentos, algo que los hiciera quedar como los primeros en destapar el drama. Así que Julieta les prometió algo mejor, una tormenta.
Y mientras eso se cocinaba, Claudia y Leonardo vivían días tranquilos. Planeaban el futuro sin prisas, pero con ilusión. Ya sabían que venían gemelos varones. Y Renata estaba feliz porque decía que iba a ser la hermana mayor responsable. Marta tejía botitas y baberos en sus ratos libres. José, que nunca hablaba mucho, empezó a dejar dulces en la bolsa de Claudia como quien deja ofrendas discretas.
Todos eran parte de algo bonito, algo que ya parecía una familia de verdad, hasta que llegó una carta. No era del banco, no era de la empresa, era del abogado de Julieta. Leonardo la recibió una mañana, la abrió con el seño fruncido y leyó el primer párrafo sin reaccionar.
Claudia estaba barriendo el comedor cuando lo vio entrar con la cara pálida, la carta en la mano se la dio sin decir nada. Ella la leyó despacio. Se le fue cerrando el estómago con cada palabra. Julieta había iniciado una demanda. Quería impugnar la herencia que su hermana había dejado a nombre de Leonardo, argumentando que él estaba en una relación sentimental que afectaba a su juicio, ponía en riesgo el patrimonio familiar y manchaba el nombre de su difunta esposa. Palabras frías, legales, afiladas como cuchillos.
Y no solo eso, la carta decía que si Leonardo no se alejaba de Claudia y de su hija, Julieta haría pública toda la información sensible que había recopilado, el pasado del esposo de Claudia, sus problemas económicos, las deudas, incluso una vieja multa por conducir sin licencia que ni ella recordaba.
Era un ataque directo, no contra Leonardo, contra ella, contra su historia, contra su dignidad. Claudia dejó caer la carta sobre la mesa. Esto es una locura. Es una guerra”, dijo Leonardo con la mandíbula apretada. “Pero no pienso retroceder. Está dispuesta a destruirte, Leo, y yo estoy dispuesto a protegerte.” Pero Claudia no estaba tan segura.
Sabía lo que era la vergüenza pública. Lo había visto en otras familias, en otras vidas. Sabía que la gente no perdona a las mujeres que se suben de nivel. Siempre había alguien que decía, “Eso no es amor, eso es interés.” Y ahora, con dos hijos en camino, el chisme iba a ser todavía peor.
Esa noche Claudia no durmió. Se sentó en la cama con la mano en el vientre, acariciándolo sin pensar, como si pudiera calmar a sus hijos antes de que sintieran el mundo. Pensó en irse, en alejarse, no por cobardía, sino por proteger a Renata, a los bebés, a Leonardo. Pero también pensó en todo lo que ya habían superado.
¿Iba a dejar que Julieta les quitara lo que habían construido? No, a la mañana siguiente habló con Leonardo. No me voy a esconder, pero tampoco voy a dejar que digan cualquier cosa de mí sin defenderme. Leonardo asintió. Yo ya tomé una decisión. ¿Cuál? Vamos a hacer pública la relación. No en revistas, en mis redes. Una sola foto, una sola frase, para que no tengan que andar inventando y para que sepan que no me avergüenzo de nada.
Claudia lo miró con los ojos llenos de dudas. ¿Estás seguro? Más que nunca. Esa tarde subieron una foto. Era sencilla. Los dos sentados en el jardín, tomados de la mano, Renata entre ellos. Ningún texto largo, solo una frase, la familia que elegí, la vida que quiero. Y el internet explotó. Los comentarios se dividieron. Algunos los felicitaban, otros criticaban.
Qué bonito, qué bajo ha caído. Seguro lo embrujó. Se ve feliz. Ella es lista. Él está loco. Pero Leonardo no contestó nada, solo apagó el celular y se sentó con Claudia a ver una película que ella había querido ver desde hace semanas. No dejaron que el ruido los afectara, al menos no por fuera.
Pero Julieta no se quedó callada. Horas después de la publicación se filtraron documentos, fotos del accidente del esposo de Claudia, recibos viejos, artículos del periódico local que hablaban del choque. Nada ilegal, pero sí doloroso. Datos que Claudia no quería recordar, su vida expuesta sin permiso. Cuando Leonardo se enteró, fue a buscarla al cuarto.
La encontró sentada en la cama en silencio con la mirada perdida. ¿Lo viste?, le preguntó él sin rodeos. Sí. Lo siento, Claudia lo miró. No lo hiciste tú, pero no pude evitarlo. No eres Dios, Leo. No puedes detener lo que otros hacen. Solo puedes elegir cómo reaccionar. Él se sentó a su lado, le tomó la mano.
¿Y tú cómo quieres reaccionar? Claudia respiró hondo, viviendo, amando, criando a mis hijos contigo. No pienso darle el gusto de verme derrotada. Leonardo la abrazó con una fuerza tranquila. De esas que no hacen promesas vacías, pero que sostienen el alma. En los días que siguieron, Julieta intentó más cosas, citaciones legales, amenazas, declaraciones falsas, pero algo cambió. Leonardo contrató a un abogado distinto, uno que sabía jugar el mismo juego, pero con más clase.