La miraba con esos ojos que la conocían ya de memoria, con esa forma de leerla sin decir una palabra, hasta que no pudo más. Una tarde, después del almuerzo, lo llamó con la voz baja. Tienes un minuto. Siempre, dijo él con una sonrisa suave. Fueron al estudio. Claudia cerró la puerta y se quedó de pie con las manos juntas. Leonardo la miró preocupado. ¿Estás bien? Claudia asintió, pero sus ojos ya se estaban llenando de lágrimas.
Tengo que decirte algo y no sé cómo vas a reaccionar, pero necesito ser honesta. Leonardo frunció el ceño. Serio. Dime. Claudia tragó saliva. Estoy embarazada. Silencio. Me hice la prueba dos veces. Y sí, estoy esperando un bebé. Leonardo no dijo nada por varios segundos, solo la miraba fijo sin moverse. ¿Y estás segura? Sí. Otro silencio. ¿Desde cuándo lo sabes? Desde hace unos días. Pero no me atrevía a decírtelo.
Tenía miedo de que pensaras mal, de que creyeras que fue a propósito o que estoy buscando algo de ti. Leonardo se acercó despacio. La tomó de las manos. ¿Tú crees que yo pensaría eso de ti? Claudia bajó la mirada. No lo sé. Todo es tan reciente. Y con Julieta rondando y la casa y Renata. No quiero que esto nos saque del camino, pero tampoco puedo fingir que no está pasando.
Leonardo la abrazó fuerte, sin decir nada. Luego le acarició el cabello y le habló al oído. No estás sola. Esto también es mío y no me voy a ir. Claudia lloró en silencio, de alivio, de susto, de todo junto. Él la apartó un poco para verla a los ojos. ¿Ya fuiste al doctor? No, aún no. Vamos mañana. Quiero estar ahí. Ella asintió aún temblando.
¿Y si? Y si no estás listo para esto, Leonardo sonró. Nunca estuve listo para ti y aquí estoy. No me asusta ser papá otra vez. Me asusta que tú no confíes en que quiero hacerlo contigo. Claudia lo abrazó otra vez y por primera vez sintió que aunque el mundo se les viniera encima, ya no tenía que enfrentarlo sola. Lo que no sabían era que no venía uno, venían dos. Pero eso lo descubrirían muy pronto.
Desde que Claudia le confesó a Leonardo que estaba embarazada, algo cambió entre ellos. No para mal, al contrario, se volvió todo más real, más serio, más íntimo. Ya no era solo una historia de miradas y cariño escondido. Ahora había una vida nueva creciendo entre los dos. O eso creían, porque todavía no sabían que el destino tenía preparada una sorpresa aún más grande.
Leonardo insistió en acompañarla al doctor. Claudia, al principio no quería. Se sentía rara, vulnerable, con miedo de ser juzgada en un consultorio privado donde tal vez no estaba acostumbrada a entrar. Pero él fue claro, voy porque quiero, no porque tenga que hacerlo. Así que aceptó. Pidió el día libre en la casa.
Marta se quedó a cargo de Renata y José las llevó al consultorio en el auto de Leonardo. Era un lugar bonito, limpio, moderno, una clínica pequeña pero elegante. Claudia se sentía fuera de lugar con su ropa sencilla y su bolso viejo, pero Leonardo le agarró la mano y no la soltó. La doctora, una mujer amable de unos cuarent y tantos, los atendió con una sonrisa sincera.
Claudia explicó sus síntomas, las pruebas que se había hecho y el tiempo aproximado que llevaba de embarazo. La doctora asentía y tomaba nota. “Vamos a hacer un ultrasonido para revisar que todo esté bien”, dijo con calma. Claudia se recostó nerviosa. Leonardo se quedó a un lado tomándole la mano.
Cuando encendieron la máquina y la doctora empezó a mover el aparato por su abdomen, todo se quedó en silencio. Un silencio largo, tenso. “¿Está todo bien?”, preguntó Leonardo. La doctora sonríó como si estuviera guardándose una sorpresa. Sí, está muy bien. De hecho, están muy bien. Claudia frunció el ceño. ¿Cómo que están, Claudia? Dijo la doctora señalando la pantalla. Aquí hay dos sacos gestacionales. Estás esperando gemelos. El mundo se detuvo.
Claudia se quedó mirando la pantalla como si no entendiera lo que veía. Dos. No, uno. Dos corazones latiendo. Dos vidas. Leonardo abrió los ojos como plato, luego se rió, una risa nerviosa, incrédula, pero feliz. ¿Estás segura? Preguntó Claudia con voz temblorosa, totalmente segura. Son gemelos y se ven sanos. Claudia no supo si reír o llorar.
tenía la garganta cerrada, las manos frías, el pecho lleno de emociones. Leonardo se agachó y le besó la frente. “Vamos a estar bien”, le dijo sin soltarle la mano. “Esto es una bendición, no un problema.” salieron del consultorio con la cabeza hecha un torbellino.
Leonardo la abrazó fuerte en el estacionamiento y le dijo que ahora más que nunca iba a estar con ellas, que no había vuelta atrás, que ese era su destino. Y aunque Claudia todavía estaba en shock, una parte de ella se estaba preparando porque sabía que este secreto no podía durar mucho tiempo y no duró. A los pocos días, Julieta regresó a la casa.
No entró, claro, pero mandó un mensaje, uno de esos mensajes fríos, directos, sin emoción. Quiero hablar contigo. Si no es aquí, será en tu oficina. No voy a desaparecer. Leonardo no respondió, pero sabía que ella no se iba a rendir. No era su estilo, así que decidió adelantarse. Esa misma noche, cenando en el jardín, le dijo a Claudia, “No quiero esconderlo. Si alguien tiene que saberlo, prefiero que lo sepa por mí.
” Claudia se quedó pensativa, no porque dudara de él, sino porque temía lo que eso provocaría. Pero ya no había tiempo para esconderse. Estaba creciendo en su vientre, en su vida, en su historia. Marta fue la primera en notarlo. Una mañana, mientras Claudia recogía unas toallas, se le quedó viendo con una ceja levantada. ¿Y esa carita de sueño? Preguntó con una sonrisa pícara.
Claudia solo se ríó. Marta se le acercó y le puso la mano en el hombro. Es lo que creo. Claudia asintió bajito. Sí, pero todavía no digas nada, por favor. Marta la abrazó con cariño, como una mamá. No te preocupes, estoy contigo. Pero no todo el mundo iba a reaccionar igual.
Ese mismo día, alguien tomó una foto desde afuera. Un coche negro estacionado frente a la reja, un lente largo, un click. Claudia saliendo del coche de Leonardo con la mano en la panza. Él bajando después abriéndole la puerta. Una imagen. Eso fue suficiente. La foto llegó a Julieta por WhatsApp junto con un mensaje. Ya viste esto se te está yendo de las manos. Julieta explotó. No esperó más. Fue directo a la oficina de Leonardo.
Entró sin pedir cita, sin anunciarse, sin respeto. ¿Qué te pasa?, le gritó. Ya no te importa nada. ¿Vas a poner en riesgo tu nombre, tu empresa, todo por una sirvienta embarazada? Leonardo la miró con calma, pero firme. Julieta, no tengo nada que explicarte y no vuelvas a llamarla así. Entonces, ¿es cierto? Sí, está embarazada y son gemelos.