No porque creyera todo lo que Julieta decía, sino porque sabía que ella era capaz de usar eso contra Claudia y eso lo alteró. Te pasaste de la raya. No, Leonardo. Tú te pasaste al pensar que esto iba a terminar bien. No estás en una novela, estás en el mundo real. Y en ese mundo las diferencias importan, te guste o no. Julieta se levantó y salió del despacho sin esperar respuesta.
Leonardo se quedó solo, de pie, con las manos apoyadas en el escritorio y el cuerpo tenso. No sabía si gritar, si salir corriendo o si simplemente sentarse a respirar. La idea de que Claudia le hubiera ocultado algo sobre su esposo le dolía, pero más le dolía saber que Julieta estaba dispuesta a hundirla con tal de salirse con la suya. Esa noche Leonardo no durmió.
Al día siguiente, Claudia llegó como siempre, saludó a José, entró a la cocina, dejó sus cosas, acomodó a Renata con sus lápices, todo igual, hasta que Marta le dijo que el patrón quería hablar con ella en privado. Claudia subió al despacho con el corazón acelerado.
Al entrar, Leonardo estaba serio, de brazos cruzados. ¿Qué pasó?, preguntó ella notando la tensión. Leonardo la miró directo. Necesito que me digas la verdad. Tu esposo murió en un accidente o venía tomado. Claudia se quedó en shock. Sintió cómo se le encogía el alma. No entendía cómo él sabía eso, ni por qué lo preguntaba así tan de frente.
Solo atinó a decir, “¿Quién te dijo eso? Julieta.” Claudia bajó la mirada, tragó saliva. “Sí, es verdad. Venía tomado, pero eso no lo cambia todo. ¿Por qué no me lo dijiste?” Porque no quería que me juzgaras. Porque fue una noche en que discutimos. Él salió enojado, tomó con unos amigos y nunca volvió. Y aunque no fue mi culpa, siempre me sentí responsable.
Pero eso no define quién soy, ni cómo crío a mi hija, ni lo que siento por ti. Leonardo se quedó en silencio. Claudia sintió que el piso se le movía. Si esto cambia lo que piensas de mí, dímelo ahora. Leonardo dio un paso al frente. No cambia lo que siento, pero sí me duele que no confiaras en mí para contármelo. No es fácil hablar de eso, Leonardo.
No es algo que uno suelte así como si nada. Pensé que no importaba, que lo que éramos ahora era más fuerte que el pasado. Él la miró con los ojos blandos. Lo es, pero necesito que confíes en mí porque esto apenas empieza y Julieta no va a parar. No me voy a esconder, dijo Claudia firme. Leonardo asintió. Y yo no voy a dejar que te ataquen, pero necesitamos estar unidos.
Ese día Leonardo tomó una decisión, mandó a llamar a su abogado y ordenó que Julieta no podía entrar a la casa sin permiso. Claudia no lo podía creer. Era la primera vez que alguien la defendía así, no por lástima, sino con fuerza, con decisión. Pero sabía que Julieta no se iba a quedar quieta y lo que vendría después sería aún más duro. Después de la pelea con Julieta y de la conversación tan fuerte con Leonardo, Claudia sintió que algo en la casa se había movido, no solo en el ambiente, sino entre ellos dos.
Era como si se hubieran quitado una barrera invisible. Ya no hablaban desde el miedo ni desde las dudas. Ahora sabían en qué terreno estaban parados, aunque nadie más lo supiera, y eso los hizo estar más cerca, más atentos, más sinceros, pero también más discretos. Leonardo fue claro. No quería que Julieta ni nadie más usara sus sentimientos como arma. Claudia entendía eso perfectamente.
No era que tuvieran que esconderse porque lo que vivían fuera incorrecto, sino porque era frágil, era real, pero todavía vulnerable, como una plantita nueva que apenas empieza a echar raíces y necesita tiempo antes de soportar el viento. Así que no se decían mucho frente a los demás, no se tocaban, no se buscaban con las manos, pero sí con los ojos.
Se comunicaban en miradas, en detalles pequeños que solo ellos entendían. Cuando Leonardo salía del despacho y le ofrecía un café sin razón, cuando Claudia dejaba una servilleta con una sonrisa dibujada, cuando Renata se dormía en el sillón y él la cubría con una manta sin decir nada, todo eso era parte de ese amor silencioso que iba creciendo sin permiso.
Una tarde, Claudia estaba recogiendo unas sábanas del cuarto de huéspedes cuando encontró una caja pequeña sobre la cama. Era una cajita de cartón blanca sin nombre. La abrió con cuidado y adentro encontró un collar sencillo de hilo negro con un pequeño dije de plata, una estrella, junto a la caja un papel doblado para que no olvides que en esta casa tú también brillas.
No tenía firma, pero no hacía falta. Claudia lo apretó contra el pecho y se quedó un momento sentada en el borde de la cama. No era el valor del regalo lo que la conmovía, sino el gesto, la intención, sentirse vista, sentirse elegida. Después de años de vivir como sombra, de pasar desapercibida, de solo preocuparse por sobrevivir, eso era demasiado. Pero no se asustó.