Sarah tragó saliva, la voz temblorosa.
—No estás en problemas, cariño. Eres muy valiente. Hiciste lo correcto.
Por primera vez, Sarah aceptó la verdad: lo que había ocurrido ese fin de semana no había sido un accidente. Y Mark—el hombre en quien había confiado—estaba ahora en el centro de todo.
El martes por la mañana, la condición de Lily se había estabilizado. El sangrado se había reducido y se evitó la cirugía, aunque seguía bajo observación estricta. Los trabajadores sociales de Servicios de Protección Infantil llegaron para entrevistar a Lily con un defensor infantil presente. Sarah observaba tras el cristal, con el corazón destrozado.
La voz de Lily era apenas audible, pero sus palabras cortaron como vidrio:
—Se enojó… me empujó al suelo… luego me pateó. Le dije que me dolía, pero él dijo que no se lo contara a mamá.
La expresión del trabajador social se endureció. La detective Jenkins, junto a Sarah, asintió con gravedad.
—Es suficiente. Tenemos lo que necesitamos.
Esa misma tarde, la policía estuvo en la casa de Sarah. Mark fue arrestado sin incidentes, acusado de abuso infantil grave y agresión. Los vecinos miraban tras las cortinas mientras el coche patrulla se lo llevaba. Sarah, aún en el hospital, recibió la llamada del detective Reynolds confirmando la detención. Sintió alivio mezclado con náusea: ese era su esposo, el hombre que alguna vez creyó sería un padrastro seguro para su hija.
Esa noche, la doctora Carter pasó por la habitación de Lily.
—Se está recuperando —dijo con amabilidad—. Físicamente, sanará con el tiempo. Emocionalmente, necesitará apoyo—las dos lo necesitarán. Pero hiciste lo correcto al traerla enseguida.
Sarah asintió, apretando la mano de su hija.
—Casi lo ignoro. Casi pensé que solo era un virus estomacal.
—Confiar en tus instintos le salvó la vida —reafirmó la doctora.
En las semanas siguientes, la vida cambió drásticamente. Sarah solicitó el divorcio, obtuvo una orden de protección y trabajó junto a los fiscales preparando el juicio. Amigos y compañeros de trabajo la rodearon con apoyo: comidas, turnos cubiertos, cuidado infantil.
A través de la terapia, Lily empezó a sanar, poco a poco recuperando su sonrisa. Dibujaba arcoíris y mascotas en las sesiones, aprendiendo a expresar los sentimientos que antes había tenido que ocultar. Sarah asistía a cada encuentro, jurando no volver a pasar por alto ninguna señal de su hija.
Meses después, la sala del tribunal estaba cargada de tensión, pero Lily no tuvo que testificar frente a Mark. Se reprodujo su entrevista grabada, su voz pequeña pero firme diciendo la verdad. Mark fue sentenciado a años de prisión.
Cuando el mazo del juez golpeó, Sarah exhaló un aliento que había contenido demasiado tiempo. Abrazó a Lily y susurró:
—Se acabó. Ahora estás a salvo.
La prueba había destrozado la vida que Sarah había imaginado, pero también forjó un vínculo irrompible entre madre e hija. Ningún trabajo, ninguna relación, ninguna excusa estaría jamás por encima de la seguridad de Lily.
Y cada vez que Lily sonreía, libre de miedo, Sarah sabía que había tomado la única decisión que importaba: escuchar, actuar y creer en su hija cuando más lo necesitaba.
 
					