Pensa ser enviada como un chiste cruel al encuentro de uno de los hombres más poderosos del mundo. Tu propia familia riéndose a carcajadas mientras te empuja hacia la humillación más grande de tu vida. Ahora imagina que ese momento de vergüenza absoluta se convierte en la historia de amor que nunca creíste posible. Sara siempre supo que era la hija equivocada. Mientras Yasmín, su media hermana, desfilaba por la mansión, luciendo vestidos de diseñador y joyas que costaban fortunas, ella pasaba los días escondida en la biblioteca polvorienta del tercer piso entre libros antiguos que eran su único refugio.
La madrastra Japsa nunca perdió oportunidad de recordárselo. Sara era torpe, poco agraciada, una vergüenza para el apellido familiar. Con sus lentes gruesos de montura pasada de moda y ropa que nunca le quedaba bien, había aprendido el arte de ser invisible solo para sobrevivir. Pero todo cambió cuando llegó la invitación dorada del jeque Idris Al Mansur. Uno de los hombres más ricos y poderosos de Marraquech buscaba esposa. La noticia sacudió el mundo árabe como terremoto. ¿Qué mujer tendría el honor de ser elegida por el heredero de un imperio construido durante generaciones?
Yasmín fue inmediatamente preparada, por supuesto, semanas de clases intensivas de etiqueta con instructoras europeas, vestidos diseñados exclusivamente por casas de moda parisinas, ensayos interminables de cómo caminar, cómo sonreír, cómo inclinar la cabeza en el ángulo exacto. Toda la familia giraba obsesivamente alrededor de la hija favorita como planetas alrededor del sol. Tres días antes del viaje, Yasmín huyó en medio de la noche con el instructor de piano francés. Dejó solo una nota sobre su cama. No puedo vivir la vida que ustedes diseñaron para mí.
La madrastra entró en colapso nervioso que requirió sedantes. El padre entró en pánico absoluto, encerrándose en su estudio durante horas. Rechazar la invitación del jeque sería insulto diplomático imperdonable, una ofensa que podría arruinar las relaciones comerciales entre familias durante generaciones enteras. Fue entonces en ese momento de desesperación cuando Jafsa tuvo su idea cruel y despreciable. Enviar a Sara, la hija fea, la hija tonta, la hija que nadie quería. Sería forma perfecta de insultar al jeque sin rechazar directamente la invitación.
Un mensaje claro envuelto en falsa cortesía. Se rieron tanto esa noche que las paredes de la mansión hicieron eco con sus carcajadas crueles. Zara hizo las maletas en silencio en su cuarto diminuto, que más parecía depósito olvidado en el tercer piso, entre cajas viejas y muebles rotos que nadie quería. No lloró. Hacía años que había aprendido que las lágrimas eran pérdida de tiempo y energía. Nadie las valoraba, nadie las notaba. Pero mientras doblaba cuidadosamente el vestido rechazado que Yasmín había dejado tirado en el suelo como basura, algo extraño e inesperado sucedió en su pecho.
Por primera vez en años sintió una chispa diminuta de algo que casi había olvidado. Curiosidad, tal vez, solo tal vez al otro lado del mundo las cosas fueran diferentes. Antes de continuar, suscríbete al canal y comenta desde dónde estás viendo, porque esta historia te va a emocionar de principio a fin. El vuelo duró 14 horas y Sagra pasó 13 intentando no ponerse demasiado nerviosa. Cuando el avión aterrizó en Marraquech y descendió bajo el sol abrasador de Marruecos, el aire caliente la envolvió como un abrazo perfumado con especias que nunca había sentido.
por primera vez tuvo la extraña sensación de estar exactamente donde debía estar, pero lo que la esperaba en el palacio cambiaría todo. Y no vas a creer lo que sucedió. El palacio bahía era una declaración de poder que robaba el aliento. Torres decoradas con celije tradicional perforando el cielo azul intenso. Jardines de naranjos desafiando la aridez del desierto, fuentes de mosaico cantando melodías imposibles. Sara salió de la limusina con las piernas temblorosas, el vestido demasiado grande resbalándose de sus hombros delgados.
Las empleadas fueron educadas, pero sus miradas lo decían todo. Esta es la candidata, esta chica de lentes torcidos. La llevaron a una habitación más grande que toda su casa. Cama con dosel de seda bordada, balcones con vista a las montañas del Atlas a lo lejos, baño con bañera de mármol de carrara. Los azulejos en las paredes contaban historias de siglos, patrones geométricos que hipnotizaban. Una empleada de ojos gentiles llamada Salma explicó que tendría 2 horas antes de conocer al jeque.
Dos horas para prepararse para el momento más importante de su vida. Sara se sentó en la cama y sus manos finalmente temblaron. Por la ventana veía palmeras danzando al viento caliente. Escuchaba el murmullo distante de Yemá Elfna, la plaza principal donde la vida bullía desde tiempos sin memoriales. El encuentro sería en el jardín privado. Zara bajó las escaleras de cedro tallado, nerviosa. El vestido turquesa que Salma había conseguido la hacía sentirse como una niña disfrazada para una obra de teatro.
El jardín era un oasis secreto lleno de flores exóticas que nunca había visto. Jazmín perfumando el aire, rosas, damascenas escalando muros ancestrales, bugambillas explotando en púrpura y rosa. Y allí estaba él de espaldas observando el atardecer que transformaba el cielo en oro líquido. Incluso de espaldas su presencia lo dominaba todo. Hombros anchos, postura real que no necesitaba corona. Idris se dio la vuelta y el mundo se detuvo. No era solo hermoso, era el tipo de hombre que te hace olvidar cómo respirar.
Cabello negro como la noche del desierto, ojos color ámbar que capturaban la luz, mandíbula esculpida que parecía obra de un artesano maestro. usaba un caftán blanco simple que de alguna manera realzaba su poder en lugar de disminuirlo. Pero lo que sorprendió a Sara no fue su apariencia, fue su expresión. No había desdén, no había decepción. Sonríó una sonrisa pequeña y casi tímida, completamente inesperada en un hombre tan poderoso. Entonces ocurrió el desastre. Nerviosa, Sara intentó hacer una reverencia y se olvidó de los zapatos nuevos de tacón que Salma había insistido en que usara.