—Yo la tengo.
Era Antonio Ruiz, el conserje, padre de Carmen. Entró con su carrito de limpieza y una llave maestra en la mirada.
—Tengo el acceso de emergencia. Nos lo dieron a todos los conserjes después del incidente del año pasado.
Miguel lo miró como si acabara de descubrir una mina de oro en el sótano.
—¿Papá? —susurró Carmen.
Antonio le sonrió, orgulloso.
—Carmen, siempre has arreglado todo desde niña. Si dices que puedes hacerlo, yo te creo.
Miguel tomó la decisión más arriesgada de su vida.
—Déjenla intentarlo.
Carmen se sentó en la estación principal, rodeada de miradas escépticas. Sus manos temblaban, pero sus ojos brillaban con concentración. Insertó la memoria USB y empezó a teclear a una velocidad asombrosa.
—El conflicto es entre el nuevo protocolo de seguridad instalado ayer y el sistema legacy —explicó mientras trabajaba—. El firewall interpreta las solicitudes como ataques y bloquea todo en modo protección.
El director técnico se acercó, incrédulo.
—¿Cómo lo sabes? Ese protocolo fue instalado en secreto anoche.
—Porque estaba aquí con papá limpiando. Escuché la discusión de los técnicos y vi los códigos en las pantallas. En casa recreé el entorno para entender qué podía salir mal.
Miguel abrió los ojos.
—¿Recreaste nuestro sistema en casa?
—No todo, pero lo suficiente para identificar los puntos críticos. Uso componentes reciclados y software libre. No es lo máximo, pero funciona.
Las líneas de código volaban por la pantalla. Carmen estaba reescribiendo partes del sistema en tiempo real, creando un puente entre dos protocolos incompatibles.
—¡Imposible! —susurró un ingeniero—. Eso tomaría horas.
—Solo si empiezas de cero. Pero yo ya tenía la solución, pensaba proponerla como proyecto de tesis.
De pronto, una pantalla se encendió. Luego otra. Y otra. El sistema central volvió a la vida. Los datos fluyeron. Las conexiones se restablecieron. La videoconferencia con los japoneses volvió en línea.
Un aplauso espontáneo estalló en la sala. Miguel miró el reloj: faltaban 45 minutos para la fecha límite.
—Carmen —dijo con la voz quebrada por la emoción—, acabas de salvar mi empresa.
Pero lo que nadie sabía era que esto era solo el comienzo.
Mientras todos celebraban, Miguel se quedó frente al monitor, estudiando el código de Carmen.
—Dios mío… —susurró—. Llamen a todos. ¡Miren esto!
Lo que Carmen había creado no era solo un parche. Era un algoritmo completamente nuevo. La eficiencia del sistema aumentó un 340%. La velocidad de procesamiento se triplicó. El consumo energético se redujo a la mitad. La seguridad se multiplicó.
—Esto es imposible —dijo el director técnico, boquiabierto—. Una mejora así requeriría años de investigación.
Carmen, que recogía sus cosas para volver a la limpieza, se volteó sorprendida.