“La amante de mi marido y yo estábamos embarazadas. Mi suegra dijo: ‘La que tenga un niño se podrá quedar’. Me divorcié de él inmediatamente. Siete meses después, el bebé de la amante conmocionó a toda la familia de mi marido…”

Unos meses después, di a luz en un pequeño hospital público en Cebú. Una niña pequeña, hermosa y sana, con ojos brillantes como el amanecer. Cuando la sostuve en mis brazos, todo el dolor se disolvió. No me importó que no fuera el “varón” que ellos esperaban. Estaba viva. Era mía. Y eso era lo único que importaba.

El cambio de marea

Unas semanas después, una antigua vecina me envió un mensaje: Clarissa también había dado a luz. Toda la familia De la Cruz lo celebró con globos, pancartas y un gran banquete. Su tan esperado “heredero” finalmente había nacido.

Pero una tarde, un rumor corrió por el vecindario… un rumor que puso su mundo de cabeza. El bebé… no era el bebé esperado. Y peor aún… el niño no era de Marco.

En el hospital, los tipos de sangre no coincidían. Cuando llegó la prueba de ADN, la verdad los golpeó como un rayo al mediodía: El bebé no era de Marco De la Cruz.

La mansión De la Cruz, antes bulliciosa, se quedó en silencio de la noche a la mañana. Marco se quedó sin palabras. Mi ex suegra —la misma mujer que dijo: “La que tenga un hijo se queda”— se desmayó y fue llevada de urgencia al hospital. Clarissa desapareció poco después, dejando Manila con su hijo… pero sin la familia con la que había querido casarse.

Encontrando la verdadera paz

Leave a Comment