Invitó a su pobre exmujer a su boda para humillarla — pero ella llegó en limusina con sus trillizos…

La limusina negra brillaba bajo el sol mientras se detenía elegantemente junto a la alfombra roja. El chófer, vestido con traje, bajó y tendió cortésmente la mano. De dentro salió Isabel, con un vestido de noche azul marino que resaltaba su figura y la luz de sus ojos. Joyas discretas pero refinadas destellaban bajo la claridad del día. Un murmullo recorrió a los invitados, que pronto callaron, sobrecogidos por la sorpresa.

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Pero la verdadera sorpresa vino después. Tras Isabel bajaron tres niños — vestidos con elegancia, cada uno con una flor blanca en la mano. Los trillizos, sonrientes y parecidos como gotas de agua, iban de la mano de su madre mientras caminaban hacia las escaleras. Los invitados los miraban boquiabiertos.

El rostro de Javier se tensó. Su mirada saltaba de Isabel a los niños, sin comprender. Entre los invitados se oyeron susurros: «¿Son sus hijos? ¿Cómo es posible que no lo supiéramos?» Marina, a su lado, apretaba el ramo con tanta fuerza que los pétalos empezaban a romperse.

Isabel subía los escalones con paso firme y pausado. Cuando su mirada se cruzó con la de Javier, ya no era la mujer cansada y derrotada a la que había abandonado. En sus ojos brillaban dignidad y fuerza.

– Querías humillarme, Javier – dijo con voz tranquila pero firme. – Pero mira dónde estoy. No estoy sola, no estoy vencida. Estos niños son el regalo que me dejaste sin saberlo. Gracias a ellos me he hecho más fuerte que nunca.

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