“Hola, Querido, Tu Madre Loca No Nos Deja Entrar! Estamos En La Escalera Con Nuestras Cosas!”

Ahora veo a la verdadera Rebeca, la que siempre estuvo ahí, pero que yo me negaba a reconocer. Está bien, Julieta, dice con una voz fría que me da escalofríos. Si así quieres jugar, vamos a jugar. Hugo, llama a tu primo Anselmo, el abogado. Anselmo, el abogado. Mi corazón se acelera. Anselmo es el hijo de la hermana de mi difunto esposo, un muchacho ambicioso que siempre me cayó mal.

Desde pequeño tenía esa mirada calculadora, como si estuviera evaluando cuánto dinero podrías darle. ¿Para qué quieres llamar a Anselmo? pregunta Hugo nervioso. Para demostrarle a tu madre que no puede abandonar a sus nietos de esta manera. Vamos a demostrar que está mentalmente inestable, que no está capacitada para tomar decisiones importantes.

Una persona mayor que deja a cuatro niños pequeños en la calle claramente necesita ayuda psiquiátrica. Los vecinos se miran entre ellos con horror. Don Roberto da un paso adelante. Señorita, esa es una acusación muy seria y completamente falsa. Eloía está furiosa. Rebeca, ¿cómo te atreves? Julieta es la persona más cuerda y sensata que conozco.

Tú eres la que está actuando de manera irracional, apareciendo sin avisar y exigiendo que te abran la puerta. Rebeca la ignora completamente. Hugo, marca el número de Anselmo. Necesitamos documentar todo esto. La negativa irracional de tu madre a ayudar a su familia, su comportamiento paranoico cambiando las herraduras. Su abandono de los nietos. Abandono.

Yo estoy abandonando a mis nietos. La persona que ha gastado más de $,000 en esos niños durante los últimos años está abandonándolos porque se niega a ser abusada. Hugo está temblando. Rebeca, no creo que sea buena idea. Mamá no está abandonando a nadie, solo está molesta. Claro que es buena idea. Grita Rebeca.

Tu madre se está comportando como una loca. Mira a estos niños. Los está traumatizando. Miro hacia abajo y veo a mis cuatro nietos. Matías, el pequeño, está llorando en silencio, abrazado a su maleta. Carmen de 6 años tiene esa mirada confundida que ponen los niños cuando no entienden por qué los adultos están gritando.

Luis, de 8 años está tratando de consolar a su hermano menor y Sofía, la mayor de 10 años, me mira directamente con una expresión que me parte el corazón. Estos niños no tienen la culpa de nada. Ellos no decidieron venir aquí sin avisar.

Ellos no sabían que sus padres estaban usando mi enfermedad como excusa para hacer dinero fácil. Ellos solo saben que la abuela, que siempre los había recibido con los brazos abiertos, ahora tiene la puerta cerrada. Pero no puedo ceder. Si cedo ahora, si abro esa puerta por pena de los niños, estaré enseñándoles que el chantaje emocional funciona.

Estaré diciéndoles que está bien abusar de las personas mayores si usas a los niños como escudo. Eloía sube las escaleras hasta mi piso y toca suavemente mi puerta. Julieta, soy yo. ¿Estás bien? Estoy bien, Eloisa. Gracias por apoyarme. ¿Necesitas que llame a alguien? A la policía, tal vez. Desde abajo, Rebeca grita, “¡Sí! ¡Llamen a la policía que vengan a ver como una anciana está poniendo en peligro a cuatro menores, Hugo por fin encuentra el valor de contradecir a su esposa, “Reba, basta ya. No vamos a llamar a la policía contra mi madre.” “Ah, no.

Entonces, ¿qué propones? ¿Que nos quedemos aquí toda la noche en las escaleras? que los niños duerman en el suelo del edificio. Propongo que busquemos un hotel, grita Hugo finalmente. Propongo que aceptemos que mamá tiene derecho a decir que no. Propongo que dejemos de comportarnos como si ella nos debiera algo.

Me quedo sin aliento. Hugo realmente acaba de defenderme. Mi hijo por fin está viendo lo que su esposa le ha estado haciendo a su madre durante todos estos años. Rebeca lo mira como si lo hubiera abofeteado. Un hotel. ¿Con qué dinero vamos a pagar un hotel por tr meses? ¿Estás loco? Con el dinero que van a ganar rentando su casa, dice Eloía desde mi puerta. No es así. Rebeca se pone roja de furia.

Leave a Comment