Solo quería proteger mi dignidad y mi salud. Pero aparentemente cuando una persona mayor se defiende con firmeza, inspira a otros a hacer lo mismo. Anselmo, por cierto, tuvo consecuencias por sus amenazas legales falsas. Eloisa cumplió su promesa y lo reportó al Colegio de Abogados.
Fue amonestado oficialmente por intentar intimidar a una persona mayor con procedimientos legales sin fundamento. Ya no se atreve ni a saludarme cuando nos encontramos en la calle. Ahora, tres meses después, puedo decir honestamente que soy más feliz de lo que he sido en años. Mi apartamento es mi santuario otra vez. Tengo rutinas tranquilas que nadie interrumpe.
Leo libros, veo mis programas favoritos, cocino para mí misma sin prisa. Eloía y yo nos hemos vuelto mejores amigas. Tomámoste juntas todas las tardes, compartimos libros, vamos al mercado los miércoles. Tengo una vida social rica que no depende de ser la abuela servicial de nadie. Mis vecinos me tratan con un respeto nuevo. Don Roberto me dice que soy la mujer más valiente que conoce.
La señora Mercedes me cuenta sus propios problemas familiares y me pide consejo. Me he convertido, sin quererlo, en una especie de consejera para personas mayores que están siendo abusadas por sus familias y mis finanzas. Por primera vez en años, mis finanzas están estables. No gasto fortunas en regalos innecesarios. No presto dinero que no me van a devolver. No pago gastos de otros.
Con la pensión que recibo y los pagos mensuales de Hugo, puedo vivir cómodamente sin estrés económico. Pero lo más importante de todo es que he recuperado mi dignidad. Ya no me siento como una empleada en mi propia vida. Ya no acepto faltas de respeto por miedo a perder el amor de mi familia. He aprendido que el amor verdadero no requiere sacrificios abusivos.
Esta mañana Hugo me trajo una carta de Sofía, mi nieta mayor. Dice, “Querida abuela Julieta, gracias por enseñarnos que las abuelas también son personas importantes. Cuando yo sea grande, voy a tratar a mi abuela como tú mereces ser tratada. Te amo mucho, Sofía.” Lloré cuando leí esa carta. Lloré porque me di cuenta de que mi decisión de defenderme no solo me salvó a mí, también les enseñó a mis nietos una lección invaluable sobre respeto y dignidad.
El sol está entrando por mi ventana, iluminando mi sala tranquila y ordenada. En unas horas vendrá Hugo con los niños para nuestra visita semanal. Vamos a hacer palomitas y ver una película juntos. Va a ser una tarde perfecta, llena de amor, pero también de respeto mutuo.
Y por primera vez en mi vida, no me siento culpable por ser feliz en mis propios términos. Soy Julieta, tengo 71 años y finalmente aprendí que está bien decir no, que está bien poner límites, que está bien defenderse y que nunca, nunca es demasiado tarde para empezar a respetarse a uno mismo. No.