“Hola, Querido, Tu Madre Loca No Nos Deja Entrar! Estamos En La Escalera Con Nuestras Cosas!”

Le explico pequeñas cosas que me molestaban, pero que yo justificaba. Pero el momento específico fue cuando Rebeca me dijo que a mi edad ya no necesitaba tanto espacio. Ahí entendí que para ella yo no era una persona completa, solo un estorbo que había que tolerar. Hugo se tapa la cara con las manos.

Dios mío, mamá, ¿realmente te dijo eso? Me dijo eso y mucho más. Me hizo sentir como si fuera una carga. como si mi comodidad no importara porque soy vieja. No eres una carga, mamá. Eres mi madre y mereces todo mi respeto y amor. Gracias por decir eso, Hugo. Pero las palabras no son suficientes. Necesito ver acciones. Las vas a ver.

Me promete con determinación. No sé cómo voy a manejar la situación con Rebeca, pero las vas a ver. Nos quedamos en silencio unos minutos tomando nuestro café. Por primera vez en años siento que realmente estoy hablando con mi hijo, no con el marido de Rebeca que tenía que elegir entre complacerla a ella o respetarme a mí. Hugo, le digo finalmente, quiero que sepas que te amo.

Siempre te voy a amar, pero el amor no significa permitir que me falten el respeto. Lo entiendo, mamá. Y yo también te amo, por eso voy a hacer lo que sea necesario para arreglar esto. Han pasado tres meses desde aquella noche dramática en las escaleras de mi edificio.

Tres meses que han cambiado completamente mi vida y la relación con mi familia. Estoy sentada en mi sofá, en mi apartamento, escribiendo en el diario que empecé a llevar después de todo lo que pasó. Eloisa me sugirió que escribiera para procesar mis emociones y tenía razón. El primer mes fue el más difícil. Rebeca intentó de todo para que yo cediera. Me llamaba llorando. Me mandaba fotos de los niños con caras tristes.

Incluso llegó a aparecerse en mi edificio dos veces más. Pero ya no estaba sola. Los vecinos se habían convertido en mis guardianes. Don Roberto y la señora Mercedes se turnaban para asegurarse de que nadie me molestara. La segunda vez que Rebeca vino, don Roberto la enfrentó directamente en el lobby.

Le dijo que si seguía acosando a una señora mayor recién operada, él mismo llamaría a la policía. Rebeca se fue furiosa, gritando que todos éramos unos viejos entrometidos, pero no ha vuelto. Hugo, en cambio, ha estado viniendo a visitarme cada sábado durante estos tres meses. Al principio, nuestras conversaciones eran tensas, llenas de silencios incómodos y lágrimas.

Pero poco a poco hemos ido reconstruyendo nuestra relación sobre bases nuevas, más sanas. Me ha ido pagando los $,000 que me debía. $200 cada mes. Religiosamente ya van $600. No es mucho dinero, pero para mí representa algo más importante, respeto. Es la primera vez en 15 años que cumplen una promesa económica conmigo.

Pero lo más importante de todo es que Hugo tomó la decisión que yo sabía que tenía que tomar, pero no me atrevía a pedirle directamente. Se separó de Rebeca. No fue fácil para él. Me contó que tuvieron peleas terribles durante semanas. Rebeca lo acusaba de elegir a su madre manipuladora sobre su propia esposa.

Le decía que yo lo había lavado el cerebro, que era un mal padre por no defender a sus hijos. Pero Hugo había abierto los ojos finalmente. La gota que derramó el vaso fue cuando Rebeca intentó usar Anselmo para demostrar que yo estaba mentalmente incapacitada. Resulta que había estado alimentando la información falsa, diciéndole que yo hablaba sola, que dejaba la estufa encendida, que me olvidaba de cosas importantes.

Todo mentira, por supuesto, pero Anselmo estaba armando un caso para declararme incompetente. Hugo descubrió los planes de Rebeca cuando encontró correos electrónicos entre ella y Anselmo. Ahí se dio cuenta del nivel de manipulación y crueldad de su esposa. No solo quería usar mi casa, quería quitármela completamente. Esa revelación fue el final de su matrimonio.

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