HISTORIA REAL: ÉL ME AGARRÓ POR DETRÁS Y YO LE DIJE POR DETRÁS NO… ¡MIRA LO QUE PASÓ!

Cuando me veía en el espejo en esa época, me gustaba lo que veía. A los 45 años todavía me conservaba bien. Mi cabello seguía siendo mi orgullo, negro ache con apenas algunas canas que me daban distinción. Lo llevaba siempre bien peinado, a veces suelto, a veces recogido en un chongo elegante. Me cuidaba mucho. Hacía ejercicio tres veces por semana en el parque González Gallo. Caminaba una hora completa dando vueltas, platicando con otras señoras del barrio. Usaba las cremas que mi comadre Rosario me enseñaba a hacer con sábila, miel y aguacate.

Mi cuerpo, que había cargado dos hijos y trabajado duro durante décadas, todavía tenía sus curvas en el lugar correcto. Mi cintura seguía marcada, mis piernas firmes por tanto caminar. No era una vieja para nada, pero me sentía invisible. Roberto no era un hombre malo en el sentido tradicional. Eso siempre lo he aclarado cuando cuento esta historia. Nunca me pegó, nunca llegó borracho a la casa, nunca faltó al trabajo, siempre fue buen proveedor, responsable con los gastos de la casa, respetuoso con la familia, pero se había vuelto un extraño que compartía casa conmigo, un extraño frío demandante que me veía como parte del mobiliario.

Cuando yo intentaba platicar durante la cena, me respondía con monosílabos. Los ojos clavados en la televisión como si lo que pasara en las noticias fuera más importante que su esposa. ¿Cómo te fue en el trabajo, amor?, le preguntaba sirviendo el guisado. Bien, Miguel Ángel habló hoy, dice que ya va a terminar la carrera, que está muy contento. Ajá. Paloma también llamó. dice que ya tiene 2 meses de embarazo. Vamos a ser abuelos. Roberto. Hm. Roberto, podríamos salir el sábado, ir a cenar a algún lado.

Hace mucho que no salimos solos, que no platicamos de nosotros. ¿Para qué, Carmen? Aquí en la casa se come mejor y no gastamos dinero de a gratis. Además, ¿de qué vamos a platicar? Esa última pregunta me dolió como una apuñalada. ¿De qué íbamos a platicar? de todo, de nuestros hijos, de nuestros sueños, de cómo nos sentíamos, de los recuerdos bonitos, de los planes para el futuro, pero para él ya no había nada de que hablar conmigo. Me sentía como esas plantas que pones en un rincón oscuro de la casa que van sobreviviendo, pero nunca florecen

de verdad, que van perdiendo color, perdiendo vida hasta que un día te das cuenta de que ya no son las mismas. Eso era yo en mi matrimonio, una mujer que sobrevivía, pero que había dejado de vivir. Las amigas de la iglesia tampoco ayudaban mucho con sus consejos. Doña Socorro, casada desde hacía 30 años, siempre me decía, “Carmen, el matrimonio es así, hija. No es todo el tiempo luna de miel. Lo importante es tener respeto, tener compañía, que no te falte nada en la casa.

Leave a Comment