Una pantalla con el nombre de la fundación de Cyrus. Había miembros de la junta involucrados. Maya lo había archivado todo. Cyrus estaba sentado en su oficina, una habitación demasiado grande y silenciosa, sosteniendo una vieja fotografía de su difunta esposa e hija. Maya entró. —¿Puedo sentarme? Él asintió. Ella confesó que Vanessa había intentado sobornarla para que guardara silencio. Maya se había negado, limitándose a observar. —¿Viste las transferencias bancarias? —No, vi un video tuyo durmiendo. Era casi como si hubiera filmado desde dentro de tu habitación.
Encontraron una unidad de respaldo oculta tras la matrícula del coche de Vanessa. Contenía docenas de videos, no solo de Cyrus, sino también de miembros de la junta, funcionarios del gobierno: momentos de vulnerabilidad, secretos. Vanessa había acumulado un tesoro para el chantaje. Maya sintió náuseas. Cyrus cerró el ordenador. —Se estaba preparando para la guerra. Y yo era el arma.
Cyrus reconstruyó su mundo: despidió a ejecutivos, renunció a sus puestos en juntas directivas y confrontó a todos sus socios. Maya permaneció a su lado, ofreciéndole mentoría, apoyo y un hogar. Una noche, le preguntó: “¿Crees que la gente puede cambiar?”. “Creo que la gente puede elegir”, respondió. Por primera vez en años, Cyrus sintió paz, no porque la tormenta hubiera pasado, sino porque había elegido permanecer bajo la lluvia.
Pero la corrupción era más profunda. Maya descubrió conexiones: donantes, empresas fantasma, políticos, todos vinculados a Vanessa y a un contratista turbio llamado Garrett Winslow. El FBI rastreó a Winslow hasta un centro de datos en Colorado, una bóveda digital repleta de material para chantajear. Maya encontró un pasadizo secreto en la antigua oficina de Vanessa, un armario con discos duros de seguros y una carta: “Si estás leyendo esto, ya me he ido”. Pero nunca jugué sin un plan B. Y tú, Cyrus, siempre has sido predecible.
En el centro de datos, Vanessa esperaba: tranquila, elegante, imperturbable. —¿De verdad creías que podías deshacerte de mí con sentimentalismos? —espetó. Maya le entregó a Jensen el disco duro del seguro. —Tu copia de seguridad estará en línea en diez minutos. Todo, incluidas tus amenazas, tu malversación, tus cuentas falsas de donantes. No solo ocultabas información incriminatoria sobre otros. Te ocultabas a ti misma. El rostro de Vanessa palideció. —El verdadero poder reside en apoderarse de la verdad antes de que ella te atrape —dijo Maya.