“¿No lo esperabas? ¿Le cediste el apartamento a tu hermano y ahora te sorprende que te queden con tarjetas bloqueadas? No es casualidad. Es un patrón en tus acciones.”
Mi madre bajó la mirada y sollozó suavemente. Sabía que estaba preocupada, pero ya no podía contener todo lo que se había acumulado a lo largo de los años.
“Donyu…” susurró mi padre. “Nosotros… queríamos lo mejor…”
“¿Qué mejor?” Reí con amargura. “Tu ‘preocupación’ destruyó nuestro hogar, nuestras vidas, dejándonos al borde del abismo. No lo llames preocupación.” Fue egoísmo.
Se quedaron ante mí como niños que sintieron el peso de sus actos por primera vez. Y en ese momento, comprendí que la palabra “confianza” se había convertido en lo más importante para nosotros. Porque solo la confianza, solo la honestidad entre las personas, puede mantener un hogar y una familia unidos.
Había pasado una semana desde que mis padres aparecieron en la puerta de mi apartamento en Kiev. Sus ojos seguían llenos de preocupación, pero ahora se sumaba el miedo: miedo de que todo lo que consideraban seguro finalmente se derrumbara. Sabía que había llegado el momento de arriesgarlo todo, decir la verdad y demostrarles quién estaba realmente ahí.
Esa noche, los invité a mi casa. Nos sentamos a la mesa y comencé con calma pero con decisión: