Hace 24 años yo era un joven locamente enamorado de una chica llamada Kira. No podría vivir un día sin ella.

Kira dijo que se dio cuenta de su error y quería disculparse conmigo y con los niños. Luego dijo que no tenía dónde vivir y que contaba con mi ayuda. Es más, me exigió que le diera una parte de mi salario cada mes. No está claro por qué.

La eché por la puerta y le dije que no se atreviera a aparecer cerca de los niños si solo veía beneficio en ellos. Ella solicitó una pensión alimenticia, pero, por supuesto, perdió el caso. La hija, al ver a su madre por primera vez, dijo:

– Sabes, Kira, siempre envidiaba a mis amigas cuando me contaban cómo compartían secretos con sus madres, cómo vestían su ropa o usaban su maquillaje. Siempre soñé con sentir el calor maternal, quería saber cómo era tener una amiga adulta en la familia. Pero ahora, habiendo visto lo que eres, puedo decir con confianza: si tuviera la opción, preferiría nuevamente vivir mi vida sin ti. Ni un día contigo.

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