
Habiendo sorprendido a su marido con una joven belleza, la esposa no hizo ningún escándalo, pero 5 días después le dio una sorpresa inesperada.
Al principio, las noches eran las más duras. Recordaba el olor de la almohada compartida, las cenas silenciosas, la hija que había crecido y se había ido. Pero incluso el dolor comenzó a transformarse. Ya no era una herida abierta, sino una cicatriz con historia.
Un día, mientras organizaba unos libros, un hombre de cabello canoso y sonrisa serena se acercó. Buscaba una edición antigua de Rilke. Marina no la tenía, pero le recomendó otra. Terminaron hablando durante veinte minutos sobre poesía, sobre ciudades que sanan, sobre segundas oportunidades. Se llamaba Tomás. Volvió a la librería dos veces esa semana.
Marina no pensaba en enamorarse. Solo quería vivir. Pero a veces, cuando dejaba el corazón en paz, la vida le traía sorpresas dulces y tranquilas.
Una mañana, recibió un correo de Víctor. Una frase simple: “Espero que estés bien. Aún guardo nuestra foto en Beluga.”
Marina lo miró con calma. Ya no había rabia. Solo gratitud. Porque gracias a esa noche en el restaurante, se había reencontrado consigo misma.
Respondó solo esto:
“Estoy bien. Por primera vez en mucho tiempo, realmente bien.”
Y cerró el correo.
Porque había mucho por vivir, y por fin, la historia era solo suya.
