Esas palabras me impactaron más que el peso de los años.

—¿Ella?

—Pagas seis meses de alquiler por adelantado con TU dinero y firmas un acuerdo de renuncia donde declaras que no tienes ningún derecho, presente ni futuro, sobre esta propiedad ni sobre el Fideicomiso Clark. Solo entonces te daré una llave.

El ambiente cambió. Los ojos de Mónica brillaron. Ethan se puso rígido.

—Ridículo —siseó Mónica—. No se le ponen condiciones a la familia.

—Lo acabo de hacer.

Ethan casi gimió—: Mamá, ¿por qué eres tan cruel?

—¿Cruel? Cruel es excluir a tu madre de tu matrimonio y exigir las llaves de su villa como si ya estuviera muerta. Cruel es tomarlo todo y llamarlo amor.

Por primera vez, la vergüenza cruzó fugazmente el rostro de Ethan. Mónica, por otro lado, se volvió aún más hostil.

—Te arrepentirás —susurró—. Cuando seas viejo y estés solo, desearás haber sido más amable.

«Prefiero estar sola a que me usen. Recuérdalo».

Se quedaron paralizados. Entonces Mónica se giró bruscamente y cerró la puerta de golpe. Ethan la siguió.

Me apoyé contra la puerta cerrada, sin aliento pero orgullosa. Por primera vez en décadas, no había cogido la chequera. Había puesto un límite. «La máquina está rota», susurré.

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