Era la cena de la empresa y todos pedían un plato. Cuando llegó mi turno, Sara, la nueva pasante, me arrebató repentinamente el menú de la mano con gran brusquedad ante la mirada de todos. “Terminaste de ordenar”, dijo ella bruscamente. “Ya tenemos suficientes platos, no más.” Su voz cortó la charla en nuestro lado de la mesa y los compañeros más cercanos se quedaron en silencio. Parpadé, sorprendida por su grosería. Aún no he pedido”, dije manteniendo mi tono uniforme.
“Solo tomaré un postre.” Ella apretó el menú como si fuera un arma. El postre es innecesario. No lo necesitas. No estamos aquí para que te des gustos. Decidí no seguir su juego. Me volví tranquilamente hacia el camarero. Tomaré el pastel de mousse de terciopelo rojo, por favor. Fue entonces cuando Sara estalló. El borde duro y laminado del menú golpeó mi mejilla con un fuerte chasquido. Mi cabeza se sacudió hacia un lado y un dolor agudo estalló en mi cara.
Por un segundo solo registré el ardor. Levanté la mano y sentí una línea elevada formándose en mi piel. Sara me miró con abierta hostilidad. Dije que no estás ordenando nada ahora. Cuando digo no, significa no. ¿Quién te crees que eres? La mesa quedó en silencio sepulcral. Los tenedores flotaban en el aire. La risa falsa de alguien murió en su garganta de golpe. El calor subió por mi cuello. Mi corazón latía con fuerza en mis oídos. Cogí el mismo menú con el que me había golpeado.
Me volví hacia ella y se lo estampé en la cara con igual fuerza. El sonido resonó. Ella jadeó retrocediendo un paso con una mano volando hacia su mejilla. Me acabas de pegar. ¿Sabes quién soy? Sus ojos se abrieron y luego se entrecerraron con furia. Mi papá es Alejandro Medina. El Alejandro Medina, nuestro mayor cliente, el hombre que básicamente mantiene a esta empresa a flote. Incluso el director ejecutivo me trata con respeto. ¿Te atreves a ponerme una mano encima?
Un murmullo bajo recorrió la mesa. Puedo hacer que revoquen tu licencia de ventas, continuó ella, alzando la voz cada vez más alto ante todos. Y hacer que toda la industria te ponga en la lista negra. Lo creas o no, puedo arruinar tu pequeña carrera antes de que llegue el postre. Me congelé, no por miedo, sino por confusión. Alejandro Medina, el hermano de mi madre, mi tío biológico, había estado soltero toda su vida, sin novia, sin esposa, sin hijos.
Eso era prácticamente una broma familiar recurrente. Mi mamá siempre decía que tu tío solo se casó con su trabajo y ahora aquí estaba una veintañera afirmando en voz alta ser su hija. La miré fijamente con la mente en blanco un segundo. Al ver mi expresión, Sara confundió mi silencio con su misión. Se enderezó la confianza inundando su postura. ¿Qué pasa? Se burló. Deberías tener miedo. Gente como tú me da asco. Cazadores de comisiones desesperados, les dejan venir a cenas como esta y todavía intentan exprimir a la empresa por más.