Me giré rápido.
—Nada… estaba tomando aire.
Daniel se incorporó. Sus ojos tenían un brillo extraño, como si intentaran leer mi mente.
—Mi papá bajará temprano a despedirse antes de que nos vayamos mañana —dijo sin que yo hubiera mencionado nada sobre él—. No te preocupes por él. Siempre ha sido… peculiar.
Peculiar.
Esa palabra me dio más miedo que consuelo.
Daniel se acercó, me tomó la mano con suavidad.
—Confía en mí, ¿sí?
Lo miré. Y por primera vez en años… no supe qué responder.
Me desperté sobresaltada horas después, con el corazón acelerado. Hubo un sonido seco, como un portazo lejano. Miré el reloj: 4:12 a.m.
Daniel seguía dormido profundamente.