Se acercó sin decir una palabra. Yo sentí un impulso de retroceder, pero me obligué a sonreír.
—¿Pasa algo, señor Ramírez? —pregunté con un nudo en la garganta.
No respondió. En cambio, deslizó discretamente un sobre en mi mano y, sin apartar sus ojos de los míos, murmuró con voz ronca, casi imperceptible:
—Si quieres seguir viva… vete ahora.
Creí haber escuchado mal. Me quedé inmóvil, como si el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies.
Él apretó ligeramente mi muñeca.
—No estoy bromeando. Si tienes algo de sentido común, sal por esa puerta. No vuelvas a mirar atrás.
Después se alejó, subió las escaleras con paso firme y desapareció.
Mi respiración se volvió errática. Abrí el sobre con manos temblorosas: 5.000 dólares en billetes nuevos, perfectamente ordenados. Sentí un vértigo que me dejó sin aire.