Pero la confianza, una vez rota, no se repara solo con palabras.
Olivia se recostó, cruzando los brazos. —No importa si te acostaste con ella o no. Ese no es el único problema. Involucraste a nuestra hija en algo que nunca debió cargar. Le hiciste sentir responsable de tu secreto. ¿Tienes idea de lo que eso significa para una niña?
El rostro de Michael palideció. Bajó la mirada hacia la mesa, hacia los frascos que habían encendido la tormenta. —Lo siento —murmuró—. Tienes razón. La arruiné.
El silencio se instaló entre ellos, pesado, sofocante. Olivia comprendió que el perdón no era un acto único, sino un camino largo y desigual. Y no estaba segura de querer recorrerlo con él.
Por primera vez en años, pensó en una vida más allá de Michael. Una vida en la que su hija nunca volvería a ser obligada a guardar secretos demasiado pesados para unos hombros tan pequeños.
Mientras Michael se sentaba frente a ella, con las manos temblando sobre la madera, Olivia sintió algo inesperado: claridad. La fiesta, los susurros, el estuche… todo había arrancado la ilusión. Y ahora, al borde de la verdad, sabía que tenía una elección.
Esto no se trataba de los gusanos de Clara. Se trataba de la confianza, y de la frágil arquitectura de un matrimonio que se había derrumbado en silencio.
Y Olivia, al fin, estaba lista para decidir qué vendría después.
Olivia permaneció en silencio, mirando al hombre que alguna vez fue su mundo. Años de confianza, años de esfuerzo compartido, todo se había roto por un secreto aparentemente pequeño pero que escondía una traición enorme. No se trataba de “los gusanos”, sino de que él había enseñado a su hija a ocultar cosas a su propia madre.
Respiró hondo, guardó la bolsa de medicinas y se puso de pie.
—Michael, no sé cuántas cosas más me ocultas. Pero hay algo seguro: desde hoy, no permitiré que Emily cargue jamás con un secreto que no le corresponde.
Michael le sujetó la mano con desesperación, la voz temblorosa:
—Olivia, por favor, dame una oportunidad… Me equivoqué, pero te amo. Amo a esta familia.
Olivia retiró su mano, sus ojos firmes y fríos.
—¿Amar es elegir la mentira? ¿Amar es usar a tu propia hija como escudo? Has destruido lo más valioso en un matrimonio: la confianza.
Caminó hacia las escaleras, donde Emily dormía profundamente en el piso de arriba, y murmuró como si hablara consigo misma:
—Hay grietas que, por más que intentes, nunca vuelven a cerrarse. Y prefiero andar sola que vivir para siempre en una mentira.
Esa noche, Olivia empacó unas pocas cosas esenciales y salió con Emily de aquella casa que alguna vez había estado llena de risas. Afuera, la luna iluminaba débilmente el camino, reflejando la determinación en sus ojos.
Michael quedó inmóvil en la sala, con las manos en la cabeza, incapaz ya de suplicar. Sabía que lo había perdido todo.
Mientras tanto, Olivia, en medio del dolor, sintió una extraña ligereza. No sabía qué le depararía el futuro, pero estaba segura de algo: a partir de ahora, la vida de ella y de su hija estaría libre de sombras y secretos.
Y ese sería el verdadero comienzo de su libertad.