Helen golpeó la mesa.
—¡Mentira! Mi hijo no haría algo así.
Deslicé una segunda carpeta hacia ella. Fotografías con fechas. Informes médicos. Capturas de mensajes. Grabaciones transcritas.
Helen palideció.
—Esto… esto no prueba nada —murmuró, aunque su voz temblaba.
—Todavía falta la mejor parte —continué.
Saqué el tercer documento: un contrato de venta. Andrew abrió los ojos de par en par.
—¿Vendiste… la casa? —preguntó, sin poder ocultar el pánico.
—Nuestra casa —lo corregí—. La que está a mi nombre desde el día en que la compramos. Porque tú estabas demasiado endeudado para figurar en la hipoteca, ¿recuerdas?
Claire murmuró un “no puede ser…”.
—Y aquí —añadí, señalando otra hoja— está la confirmación bancaria. La transferencia entra mañana.
Andrew se levantó de golpe, derribando su silla.
—¡No puedes hacerme esto!