En un momento dado, incapaz de contenerse, la anciana levantó suavemente la mano y dijo en voz baja:
—Está bien… Si hay lugar en clase económica, me mudaré. He ahorrado toda mi vida para este viaje y no quiero molestar a nadie…
Alevtina tenía ochenta y cinco años. Era su primer vuelo en avión.
El trayecto desde Vladivostok hasta Moscú había sido agotador: kilómetros de pasillos, el bullicio de las terminales, interminables esperas.
Incluso un empleado del aeropuerto la había acompañado para que no se perdiera.
Pero ahora, cuando su sueño estaba a pocas horas, se enfrentaba a la humillación.
Sin embargo, la azafata mantuvo su posición: —Lo siento, señora, pero usted pagó por ese boleto y tiene todo el derecho de estar aquí.
No permita que nadie le arrebate eso.
Miró fijamente a Víctor y añadió con firmeza:
—Si no se detiene, llamaré a seguridad.
Él se quedó callado, murmurando, disgustado.