En 1991, cuatro chicas adolescentes de la misma clase de instituto dejaron atónita a toda su comunidad cuando, una tras otra, se descubrió que estaban embarazadas. Antes de que nadie pudiera comprender lo que estaba ocurriendo, desaparecieron sin dejar rastro. Los padres quedaron destrozados, el pueblo se ahogó en rumores y la investigación policial no encontró ninguna pista. El instituto, antes lleno de vida, se volvió inquietantemente silencioso, con pasillos cargados de secretos y preguntas sin respuesta. Pero treinta años después, un conserje casi olvidado del centro encontró algo inesperado…

Pero faltaba lo esencial: ¿qué había sido de las chicas?

Eusebio acudió al registro de propiedades rurales de Cantabria. Tras horas de búsqueda, encontró que Alfonso Mera había heredado una pequeña casa en un paraje aislado de Liébana. Coincidía con la descripción de la carta.

Fue allí.

El caserío estaba semiderruido por el paso del tiempo. La puerta principal cedió con facilidad. Dentro, encontró restos de colchones viejos, latas de comida, botellas de agua con fechas de 1991. Y en una esquina, semioculto bajo unas tablas, un cuaderno infantil con cuatro nombres escritos en la portada: Nerea, Clara, Marisa, Julia.

El contenido era devastador. Notas breves, intercambiadas entre las chicas:
— “Hoy no vino. No queda leche.”
— “He oído un coche, pero no era él.”
— “Mi barriga duele.”
— “Tenemos que salir.”

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