Pero faltaba lo esencial: ¿qué había sido de las chicas?
Eusebio acudió al registro de propiedades rurales de Cantabria. Tras horas de búsqueda, encontró que Alfonso Mera había heredado una pequeña casa en un paraje aislado de Liébana. Coincidía con la descripción de la carta.
Fue allí.
El caserío estaba semiderruido por el paso del tiempo. La puerta principal cedió con facilidad. Dentro, encontró restos de colchones viejos, latas de comida, botellas de agua con fechas de 1991. Y en una esquina, semioculto bajo unas tablas, un cuaderno infantil con cuatro nombres escritos en la portada: Nerea, Clara, Marisa, Julia.
El contenido era devastador. Notas breves, intercambiadas entre las chicas:
— “Hoy no vino. No queda leche.”
— “He oído un coche, pero no era él.”
— “Mi barriga duele.”
— “Tenemos que salir.”