EMPREGADA DESCUBRE A LA MADRE DEL MILLONARIO ENCERRADA EN EL SÓTANO… POR SU CRUEL ESPOSA…

Bien, porque en esta casa quien no obedece desaparece. La amenaza quedó flotando en el aire, pesada, real. Clara volvió al trabajo, pero la semilla de la duda ya había germinado. Había algo oculto, algo que latía debajo de aquella mansión. Lo sentía en cada rincón, en cada mirada del retrato del pasillo, en el frío que subía por las paredes. Esa tarde, mientras barría la entrada, Ricardo regresó. Lucía cansado, distraído, pero amable. ¿Todo bien, Clara?, preguntó. Ella dudó antes de responder.

Quiso contarle lo que oyó, lo que sintió, pero Verónica apareció detrás de él con su sonrisa falsa y su brazo aferrado al suyo. Claro que todo está bien, interrumpió. Clara es una joya, ¿verdad? Ricardo asintió sin sospechar nada. Excelente, sigue así. Y se marcharon hacia el comedor, dejando tras ellos un aroma de mentira. Clara siguió barriendo, pero en su pecho algo ardía, una mezcla de miedo y necesidad de saber. No era solo curiosidad, era compasión. Aquella voz débil que pedía ayuda la perseguía incluso al cerrar los ojos.

Esa noche el viento golpeó las ventanas. Clara se levantó, bajó las escaleras con la linterna. El silencio era tan profundo que podía escuchar su respiración. Frente a la puerta prohibida se detuvo. Su mano tembló sobre el candado y entonces una lágrima ajena rodó bajo la rendija y cayó sobre sus pies descalzos. Clara contuvo el aliento. No era su imaginación. Había alguien allí abajo, alguien vivo, alguien que sabía su nombre. El miedo se mezcló con un presentimiento que le erizó la piel.

Aquella voz no le era extraña, era cálida, frágil y tenía el mismo tono que había escuchado en los retratos colgados en el pasillo. Y sin entender por qué, sintió que su destino acababa de abrir los ojos dentro de aquella oscuridad. El amanecer trajo consigo un aire distinto, pesado, como si la mansión entera supiera lo que Clara había hecho la noche anterior. Caminó hasta la cocina con el corazón acelerado, mirando de reojo a todos, temerosa de que alguien hubiese escuchado sus pasos.

Pero nadie dijo nada, todo seguía igual, demasiado igual. Mientras lavaba los platos, su mente no dejaba de reproducir aquella lágrima cayendo bajo la rendija. No podía haberlo imaginado. Había alguien en ese sótano, alguien que la conocía, alguien que había pronunciado su nombre con un susurro que todavía vibraba en sus oídos. A media mañana, Verónica apareció en la cocina. Su perfume la precedía como una sombra elegante y venenosa. “Hoy limpiarás la biblioteca”, dijo sin mirarla. “Y ni se te ocurra tocar la puerta del sótano.

Está cerrada por una razón.” Clara bajó la cabeza. “¡Sí, señora!”, Pero su alma gritaba lo contrario. La biblioteca era un lugar silencioso y frío. El polvo se acumulaba en los estantes más altos y las cortinas apenas dejaban pasar la luz. Mientras limpiaba una repisa, algo metálico brilló entre los libros. lo tomó con cuidado. Era una pequeña llave dorada antigua con las iniciales LDM grabadas en el mango. “Leonor del Monte”, murmuró sin darse cuenta. Su corazón se detuvo.

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