Y se fue.
Conclusión
Marcus vino a verme unos días después. Estaba confundido, destrozado, como si el mundo bajo sus pies se hubiera derrumbado.
“¿Por qué no me lo dijiste?”, preguntó.
Y le respondí con sinceridad:
“Porque no estabas destinado a amar mi dinero.
Ni mi estatus.
Ni mi éxito.
Sino a mí”.
Sí, oculté la verdad. Pero no de él, sino del mundo. De una sociedad que convierte a los ricos en ídolos y a los pobres en sombras. Quería que mi hijo creciera no entre números, sino entre sentimientos. Que respetara a las personas no por lo que tienen, sino por quiénes son.
Pero la vida lo ha demostrado: a veces se necesita la verdad para que una persona vea el valor de lo que siempre ha tenido.