El último ladrido

—Quizás no es buena persona —añadió otro, en tono más bajo.

Finalmente, fue Marta quien llamó discretamente a la policía. “No quiero molestar”, dijo, “pero algo no está bien. Rufus nunca se comporta así. Él sabe cosas que nosotros no vemos”.

Los agentes acudieron, sin mucha convicción. Pero cuando revisaron la vivienda de Lucía y Tomás, todo cambió.

En el sótano encontraron un cuarto cerrado con llave. Allí, entre colchones viejos y un olor nauseabundo, descubrieron fotografías, documentos falsos… y algo más.

Una identificación oficial, a nombre de Clara Méndez. Desaparecida hacía tres años. La mujer que estaban buscando. Y el rostro en la foto coincidía perfectamente con la de “Lucía”.

Tomás no era su pareja. Era su cómplice. La mujer había cambiado de identidad para esconder su pasado criminal. Estaba prófuga, buscada por tráfico de personas. Y ahora, se escondía en un vecindario que creía seguro.

Cuando intentaron detenerla, Lucía ya se había marchado. Dejó la casa con solo una maleta y su barriga falsa… porque no estaba embarazada. La policía encontró una prótesis en el baño. Fue una distracción. Una máscara de inocencia.

Demasiado tarde.

Pero en el informe policial quedó algo claro: si no hubiera sido por Rufus y sus ladridos desesperados, nadie habría sospechado nada.

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