Tres documentales, decenas de entrevistas y un libro en preparación contaban como un adolescente de los suburbios había derribado un imperio construido sobre el prejuicio y la corrupción, utilizando solo su inteligencia, su determinación y una conexión a internet. Las universidades comenzaron a enseñar el caso Santos en clases de ética, periodismo de investigación y justicia social. Isabella, ahora bajo la tutela de una familia adoptiva cuidadosamente seleccionada, continuaba sus sesiones de estudio con Tiago a través de videollamadas. A los 16 años, ella se había convertido en una elocuente activista por los derechos de las personas con discapacidad, utilizando su propia experiencia para exponer como el prejuicio puede existir incluso dentro de las familias más privilegiadas.
“Tiago me enseñó que ser subestimado puede ser nuestra mayor ventaja”, dijo ella durante una conferencia en la escuela. Mientras la gente está ocupada menospreciándote, tú puedes estar construyendo algo que ellos nunca esperarían. Al otro lado del país, Richard Whtmore cumplía su condena en la penitenciaría federal de Damburi, sus cuentas bancarias confiscadas, sus mansiones subastadas para pagar indemnizaciones y su reputación completamente destruida. Sus antiguos amigos de la élite evitaban mencionar su nombre y su propia esposa se había divorciado del incluso antes de que terminara el juicio, alegando que había sido engañada durante años sobre el carácter del hombre con el que se había casado.
En una carta que nunca fue enviada, encontrada por los guardias durante un registro rutinario, Richard había escrito: “Subestimé por completo a ese chico. Pensé que el poder y el dinero serían suficientes para aplastar a cualquiera que se atreviera a desafiarme. Nunca imaginé que él tendría la inteligencia y la paciencia para construir mi propia destrucción ladrillo a ladrillo, utilizando mi arrogancia como combustible. La ironía era perfecta. El hombre que había pasado su vida menospreciando a las personas por su color o clase social, ahora compartía celda con exactamente el tipo de personas que siempre había despreciado.
Y ellos, a diferencia de él, lo trataban con la dignidad humana básica que él nunca le había ofrecido a nadie. Marcus Chen, el abogado que había asesorado a Tiago, ahora dirigía el Instituto Santos Chen de Justicia Digital, financiado por donaciones que llegaban de todo el país después de que la historia se hiciera viral. Tiago demostró que en el mundo digital actual la verdad puede viajar más rápido que la mentira y la justicia puede ser más eficaz que la venganza”, explicaba Chen en entrevistas.
La profesora Janet Morrison, que había sido la primera en reconocer el potencial investigador de Tiago, ahora impartía un curso llamado Periodismo ciudadano y responsabilidad social en la misma escuela donde todo había comenzado. “Mis alumnos aprenden que cada uno de nosotros puede ser un agente de cambio”, decía ella con orgullo. Tiago demostró que la edad, el origen o los recursos económicos no determinan la capacidad de marcar la diferencia. Tres años más tarde, durante su graduación Magna Kumlaude en Harvard, Tiago fue invitado a dar el discurso de graduación ante miles de personas entre las que se encontraba