Cada insulto, cada muestra de arrogancia, cada acto de crueldad de Richard era cuidadosamente documentado y archivado. Carmen observaba la transformación de su hijo con una mezcla de orgullo y preocupación. El chico que siempre había sido maduro para su edad ahora mostraba una profundidad estratégica que era casi aterradora. Sus noches de insomnio no las dedicaba a los videojuegos o las redes sociales, sino a construir algo que ella aún no comprendía del todo. “Mamá”, dijo Tiago una mañana cerrando el último portátil y estirándose tras otra noche de trabajo.
“¿Te acuerdas de la historia del abuelo construyendo nuestra primera casa ladrillo a ladrillo?” Claro, hijo. Él no solo demostró que tenía razón, construyó algo que duró generaciones. Tiago sonrió y por primera vez en semanas Carmen reconoció la sonrisa genuina de su hijo. Richard Whtmore cree que me conoce. Cree que solo soy otro joven rebelde que se rendirá cuando pase la rabia. Carmen sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, no de miedo, sino de anticipación. Lo que él no sabe es que no solo estoy construyendo una venganza, estoy construyendo un legado.
Tiago abrió una carpeta en el ordenador revelando meses de meticuloso trabajo. Y cuando termine, toda la ciudad sabrá exactamente quién es Richard Whtmore. En ese momento, con la luz de la mañana iluminando el rostro decidido de su hijo, Carmen se dio cuenta de que estaba presenciando algo extraordinario. Bajo la cruel arrogancia de Richard Whtmore, había nacido una fuerza imparable, alimentada no por la ira, sino por la implacable búsqueda de justicia que cambiaría para siempre la vida de todos los involucrados.
La mañana del lunes comenzó como cualquier otra para Richard Whtmore, hasta el momento en que su teléfono explotó con 53 llamadas perdidas antes de las 8. Su secretaria estaba histérica. Los periodistas rodeaban el edificio de Whitmore Holdings y su esposa había cerrado las puertas de la mansión negándose a hablar con nadie. ¿Qué diablos está pasando?”, le gritó Richard a su abogado Harrison Wells, que apareció en su oficina con el rostro pálido como el papel. “Richard, tenemos que hablar ahora.” W cerró la puerta y activó el bloqueador de sonido, un protocolo reservado solo para las crisis más devastadoras.
Alguien ha filtrado todo y cuando digo todo quiero decir absolutamente todo. En la pantalla del ordenador, Wells abrió decenas de páginas web simultáneamente. El Heral Tribune decía, “Magnate inmobiliario utilizaba empresas fantasmas para blanquear dinero. El Financial Times había publicado contratos gubernamentales fraudulentos rindieron millones a Whtmore, pero fue el titular del Washington Post lo que hizo que Richard se derrumbara en su silla. Grabaciones secretas revelan planes para eliminar testigos. Eso es imposible, susurró Richard con las manos temblorosas mientras se desplazaba por los artículos.
Nadie tenía acceso a esa información. Mi oficina está blindada. Mis teléfonos están encriptados. Yo, Richard,” interrumpió Wells señalando una sección específica de un artículo. No solo tienen documentos, tienen grabaciones de audio de tus conversaciones en la oficina secreta del sótano. Conversaciones en las que discutes en detalle como resolver el problema santos después de que se metan donde no deben. Richard se quedó helado. Esas conversaciones habían tenido lugar en su santuario más privado, el despacho que ni siquiera su esposa sabía que existía.