Rosario sonrió tímida con lágrimas en los ojos. En ese momento, Mariana bajó las escaleras con gafas oscuras y un gesto forzado. Observó la escena. “Qué bonito cuadro”, dijo con ironía. “Parece una novela.” Javier se levantó. No es una escena, es respeto. Algo que deberías mostrarle a mi madre. Mariana rió con desprecio. Respeto.
Yo siempre he hecho de todo por esta casa y ahora me pintas de villana porque tu madre es frágil y dramática. Javier respiró hondo. Dramática. Yo vi lo que hiciste. Escuché lo que dijiste. No intentes dar la vuelta. Ella dio unos pasos hacia él, la mirada afilada. ¿Quién te va a creer? ¿A una vieja senil o a mí? Soy tu esposa, tu compañera.
Sin mí no tendrías la mitad de las puertas abiertas que tienes. Él habló con calma, pero con firmeza. Prefiero perder puertas antes que perder mi conciencia. Los ojos de Mariana se entrecerraron. Sus armas de manipulación ya no funcionaban. Entonces, ¿es así? ¿Me cambias por ella? No se trata de cambiar, se trata de justicia.
Nunca debí permitir que la trataras así, mamá”, respondió Javier mirando a Rosario. La anciana bajó la cabeza conmovida. Mariana, sintiéndose acorralada, intentó una última jugada. Se acercó a Javier colocando las manos en su pecho. “Amor, no hagas esto. Me equivoqué, pero fue por celos. Pasas tanto tiempo pendiente de ella. Yo solo quería tu atención.
” Él apartó sus manos con suavidad, pero decidido. Los celos no justifican la crueldad. Si realmente me amaras, hubieras cuidado de mi madre como si fuera tuya. Mariana respiró hondo, derrotada. El falso encanto se deshizo dejando ver un rostro deformado por la rabia. “¿Te vas a arrepentir, Javier?” Él no respondió.
Se limitó a servirle más comida a su madre, como si con ese gesto sellara su decisión. Esa noche Javier habló largo con su madre. Mamá, ¿por qué nunca me contó nada? Rosario suspiró tomando sus manos. No quería estorbarte. Trabajas tanto. Pensé que quejarme solo te daría más problemas. Javier tragó saliva. Usted nunca fue un estorbo.
Yo fallé al no darme cuenta. Ella sonrió cansada. Ahora sí me ves. Y eso basta. Javier la abrazó fuerte, decidido a protegerla. En la recámara, Mariana caminaba de un lado a otro, furiosa. El matrimonio de fachada se desmoronaba ante sus ojos y por primera vez sintió que tal vez había perdido el control para siempre. La mañana siguiente nació extraña.