Cuando Luke entró en la lujosa casa de Ashton, se sintió perdido y fuera de lugar. Todo era demasiado extravagante, muy diferente de la dura vida que había conocido. Pero Ashton y su madre hicieron todo lo posible para que Luke se sintiera cómodo. Le compraron ropa nueva, cuidaron sus heridas y le hablaron como si fuera parte de la familia.
Día tras día, el vínculo entre Ashton y Luke se hizo más fuerte. Descubrieron intereses en común, compartieron historias tristes y alegres. Ashton se dio cuenta de que Luke era inteligente, de buen corazón y fuerte, a pesar de la crueldad de la vida. Luke, a su vez, se abrió gradualmente y confió más en Ashton y en la madre que acababa de encontrar.
Y una noche, mientras toda la familia cenaba, la madre habló de repente, con la voz temblorosa:
“Hijos… hay algo más que no les he dicho.”
Ashton y Luke la miraron, con una mala premonición en sus corazones.
“La verdad… la verdad es que… Luke… tú no eres mi hijo biológico.”
Ashton y Luke se quedaron estupefactos, sin poder creer lo que acababan de oír.
“Hace muchos años, cuando di a luz a Ashton, estaba muy débil y no pude tener más hijos. Su padre y yo estábamos muy tristes. Un día, en mi mayor desesperación, te encontré… abandonado en la puerta del hospital. Eras solo un bebé, flaco y débil. Te amé tanto que decidí adoptarte. Tu padre y yo te amamos como si fueras nuestro propio hijo.”
Las lágrimas rodaban por las mejillas de la madre. Ashton y Luke seguían en shock.
“Entonces… ¿entonces…” tartamudeó Luke, “yo… no soy el hermano gemelo de Ashton?”