—“Le encantan, señor. Al principio fue difícil por el dolor, pero ahora él mismo los pide. Ayer estuvo de pie casi tres minutos sin muletas.”
—“¡Tres minutos!” —Alejandro abrió los ojos sorprendido—. “Pero el fisioterapeuta dijo que eso tomaría meses.”
—“Tal vez ahora está más motivado,” —respondió Lupita.
—“¿Motivado por ti?”
Ella vaciló.
—“Quiere impresionarlo a usted también, señor. Siempre habla de usted. Dice que cuando camine bien, trabajará con usted cuando sea grande. Que quiere ser como su papá.”
Los ojos de Alejandro se humedecieron. No tenía idea de que Mateo lo veía así.
En ese momento, escucharon pasos en la escalera. Era Mateo, bajando despacio con sus muletas.
—“¿Papá, todavía estás aquí?” —preguntó aliviado.
—“Mateo, deberías estar dormido,” —dijo Alejandro, aunque sin tono de regaño.
—“No podía dormir. Estaba pensando… no vas a despedir a la tía Lupita, ¿verdad?”
La pregunta lo sorprendió.
—“¿Por qué piensas que la despediría?”
—“Porque te pusiste serio cuando me mandaste al cuarto. Y mamá siempre se enoja cuando las empleadas hacen cosas que ella no pidió.”