El marido la llevó a una cabaña abandonada para morir, pero allí tuvo un encuentro inesperado

Mientras se llevaban a Gleb, gritando y maldiciendo al mundo, Larisa se dirigió al personal:

—¡Hola! He vuelto. Tengo muchas ideas. Permítanme presentarles a mi esposo —Aleksei. Y los invito a todos a una barbacoa este fin de semana —para conocer la naturaleza y a la nueva familia.

Todos sonrieron. Todos estaban felices.

—Y un aviso: ahora tengo una hija. Dasha estaba con nosotros, pero Svetochka la atrajo con su maletín de maquillaje.

Todos rieron de buena gana —la secretaria de Larisa siempre llevaba una maleta llena de frascos y tubos.

—Semyon Arkadyevich —se dirigió al abogado—, por favor, ocúpese del divorcio y la adopción.

—Por supuesto, Larisa Sergeevna. ¡Bienvenida de nuevo!

—Gracias —respondió, apretando con fuerza la mano de Aleksei.

A veces, para encontrar la verdadera felicidad, hay que perderlo todo. Y encontrarse con una niña en el bosque que cree en los milagros…

Después de la reunión en la oficina, Larisa y Aleksei se retiraron a su hogar en las afueras, una cabaña alejada de la ciudad donde podían vivir en paz, lejos del tumulto de la vida urbana. Pero el camino hacia la verdadera felicidad no era sencillo. A pesar de todo lo que había sucedido, el peso del pasado seguía acechando a Larisa, como una sombra que se desvanecía y luego reaparecía en los momentos más inesperados.

Dasha, por su parte, estaba encantada de ver que su “familia” se había reunido, y aunque a veces todavía preguntaba sobre su madre, el calor del hogar que Larisa y Aleksei le ofrecían la hacía sentir que todo estaba bien. A veces, la niña tomaba la mano de Larisa y le preguntaba sobre el mundo exterior, sobre los lugares que nunca había visto, pero Larisa siempre le sonreía y le aseguraba que aún tenían mucho tiempo para descubrir juntos todo lo que les faltaba.

A pesar de sus avances, Larisa sabía que algo aún le faltaba por resolver. Gleb había causado un daño irreparable, no solo en su vida, sino en la de todos los que la rodeaban. Aunque ahora era libre de él, todavía quedaba la cuestión de enfrentarse a las secuelas de su traición. El abogado de Larisa, Semyon Arkadyevich, le había advertido que el proceso legal podría ser largo y doloroso. Gleb, furioso y deseoso de recuperar lo que consideraba suyo, no se rendiría fácilmente.

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