—Kayla, hablé con el refugio. Me contaron lo que pasó. —Su voz era suave y tranquilizadora.
Kayla bajó la mirada. «No lo entendieron. Ben me necesita. Prometí protegerlo siempre».
Daniel se sentó a su lado, con una voz cálida. «Antes, me prometiste que me pagarías cuando fueras mayor. ¿Sigues diciéndolo?»
Kayla asintió con seriedad. «Sí, señor, lo prometo».
Daniel sonrió con complicidad. «Entonces, así es como me lo pagarás: estudia mucho, cree en ti mismo y usa la fuerza y la inteligencia que demostraste hoy. Conviértete en la persona que algún día ayudará a los demás».
Los ojos de Kayla se llenaron de lágrimas. Nadie jamás había expresado tanta fe en ella. “¿De verdad crees que puedo hacer eso?”
“Sé que puedes”, afirmó Daniel. “A mí también me abandonaron a tu edad. Alguien creyó en mí y prometí transmitirle esa fe. Hoy, esa promesa se cumple a través de ti”.
A partir de ese día, Daniel creó la Fundación Promesa de Kayla, dedicada a brindar alimento, educación y refugio a niños abandonados. Sin embargo, Kayla permaneció en silencio, decidida a cumplir su promesa.
Con el paso de los años, Kayla prosperó. Guiada por la mentoría de Daniel, destacó académicamente, cursó una licenciatura en bienestar social y se mantuvo firmemente dedicada a apoyar a niños vulnerables. Ben se convirtió en un joven feliz y seguro, siempre orgulloso de la inquebrantable dedicación de su hermana.
Finalmente, llegó el día en que Kayla se paró con confianza frente a una gran audiencia, ahora una defensora consumada y respetada de los derechos de los niños.
“Hoy”, anunció con claridad, “inauguramos el décimo centro que ofrece hogar, educación y esperanza a niños necesitados”.
El público estalló en aplausos, encabezados con entusiasmo por Daniel, ahora mayor y lleno de inmenso orgullo.
Cuando más tarde le preguntaron qué la inspiró, Kayla le sonrió con cariño a Daniel. «Alguien creyó en la promesa de una niña asustada», respondió con dulzura. «Le dio la fuerza y la oportunidad de cumplirla».
Después, Daniel abrazó a Kayla y le susurró: “Me lo has pagado diez veces más”.
Kayla negó con la cabeza suavemente, con lágrimas de gratitud brillando en sus ojos. “No, señor. La deuda nunca podrá saldarse del todo, porque la bondad se multiplica para siempre”.
Mientras estaban juntos, uno al lado del otro, Daniel supo que la promesa que Kayla hizo esa noche hacía tantos años había transformado innumerables vidas, incluida la suya.