El jefe encubierto compra un sándwich en su propio restaurante y se queda helado cuando escucha a dos cajeras…

—“¿Sr. Ellis?!”

—“Hola, Rubén” —dijo Jordan—. “Tenemos que hablar.”

Rubén asintió, aún incrédulo.

Jordan volvió hacia las cajeras:
—“Están suspendidas. Efecto inmediato. Rubén decidirá si vuelven después de una re-capacitación, si es que vuelven. Mientras tanto, pasaré el día aquí, atendiendo el mostrador. Si quieren aprender cómo se trata a un cliente, obsérvenme.”

La joven empezó a llorar, pero Jordan no se conmovió.
—“No se llora porque te atraparon. Se cambia porque de verdad lo lamentas.”

Las dos salieron cabizbajas mientras Jordan se puso detrás del mostrador. Se ató un delantal, sirvió una taza de café recién hecho y se la llevó al obrero de la construcción.

—“Hermano, aquí tienes. Invita la casa. Y gracias por tu paciencia.”

El hombre lo miró sorprendido.
—“¿Usted es el dueño?”

—“Sí. Y perdón por lo que pasó. Eso no nos representa.”

Durante la siguiente hora, Jordan atendió personalmente. Saludaba a cada cliente con una sonrisa, rellenaba el café sin que se lo pidieran, ayudó a una madre con la bandeja mientras su niño lloraba. Hizo bromas con el cocinero, recogió servilletas del suelo y estrechó la mano de la señora Thompson, clienta fiel desde 2016.

Los clientes susurraban: “¿De verdad es él?”. Algunos sacaban fotos. Un anciano comentó:
—“Ojalá más jefes hicieran lo que usted hace.”

Al mediodía, Jordan salió un momento a respirar. El cielo estaba azul y el aire cálido. Miró su restaurante con una mezcla de orgullo y decepción. El negocio había crecido, pero en algún punto, los valores se habían perdido.

Pero ya no más.

Sacó el celular y envió un mensaje al jefe de Recursos Humanos:
—“Nuevo entrenamiento obligatorio: cada empleado debe pasar un turno completo trabajando conmigo. Sin excepciones.”

Luego volvió a entrar, se ajustó el delantal y tomó el siguiente pedido con una sonrisa.

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