He trabajado en otros lugares donde los jefes ni siquiera sabían mi nombre. Tú me escuchas, valoras mis opiniones, me tratas con respeto. Eso no es común. Diego se siente extrañamente conmovido. Nunca había pensado en esas cosas como algo especial, solo como lo básico de ser un buen jefe. ¿Y tú? Pregunta Sofía, siempre quisiste manejar la empresa familiar. La pregunta lo agarra desprevenido.
Nadie nunca le había preguntado eso. Honestamente no. Cuando era niño quería ser arquitecto. Me encantaba diseñar edificios, imaginar espacios, pero mi papá siempre dejó claro que mi lugar estaba en Hoteles Castillo. ¿Te arrepientes? Diego considera la pregunta seriamente. A veces siento que estoy viviendo la vida que alguien más diseñó para mí. Todo está planeado.
El trabajo, la casa, los amigos del club, la mujer con la que debería casarme. ¿Ya tienes novia? pregunta Sofía rápidamente, luego se ruboriza. Perdón, no es mi asunto, no tengo, pero mis amigos y mi papá siempre me están presentando candidatas apropiadas, hace comillas en el aire. Hijas de empresarios, herederas, mujeres que estudiaron en colegios privados y hablan perfecto inglés.
Eso suena agotador. Lo es, admite Diego. Todas son iguales, bonitas, educadas, aburridas. Nunca tienen una opinión propia sobre nada importante. Se quedan en silencio un momento comiendo. Diego se da cuenta de que esta es la conversación más honesta que ha tenido en meses. “¿Nunca has estado enamorada?”, pregunta él.
Sofía baja la vista hacia su plato. Una vez, hace 3 años, se llamaba Roberto. Trabajaba en un banco. Éramos novios desde la universidad. ¿Qué pasó? me pidió que nos casáramos, pero con la condición de que dejara de trabajar. Decía que él podía mantener la casa y que yo debería quedarme cuidando a los hijos que tuviéramos. ¿Y no quisiste.
Le dije que me encantaría ser mamá algún día, pero que también quería seguir trabajando, que mi mamá y mi hermano me necesitaban. Se enojó mucho. Dijo que si lo amara de verdad haría ese sacrificio. Diego siente un coraje extraño hacia un hombre que no conoce. ¿Te arrepientes? No, responde Sofía con firmeza.
Si no podía aceptar mis responsabilidades y mis sueños, entonces no me conocía realmente. El amor verdadero no debería obligarte a elegir entre ser feliz y ser tú misma. Sus palabras se quedan grabadas en la mente de Diego. Cuando regresan a la oficina, él se siente como si hubiera conocido a una persona completamente nueva.
Esa tarde, mientras Sofía trabaja en su escritorio, Diego la observa desde su oficina. Ve cómo maneja cada situación con inteligencia y gracia. Ve como sus ojos se iluminan cuando resuelve un problema complejo. Ve cómo sonríe genuinamente cuando ayuda a alguien. A las 6 de la tarde, Ricardo aparece en la oficina sin avisar. ¿Qué tal, hermano? Vengo a ver si ya entraste en razón sobre tu acompañante para el baile.
Diego mira hacia el escritorio de Sofía, donde ella está explicándole algo a un cliente en inglés por teléfono. No he cambiado de opinión. Ricardo sigue su mirada y observa a Sofía con desprecio apenas disimulado. Diego, seamos realistas. ¿Qué van a tener en común tú y ella después del baile? Van a hablar de sus problemas familiares, de cómo pagar la renta.
Vamos a hablar de muchas cosas, responde Diego firmemente. Mira, no quiero lastimarte, pero esto es obvio. Ella acepta salir contigo porque eres su jefe, porque tienes dinero. Es gratitud, no amor. No confundas las cosas. Después de que Ricardo se va, Diego se queda pensando en sus palabras.
¿Será cierto? Sofía acepta acompañarlo solo por agradecimiento o por la diferencia de poder entre ellos. Esa noche, Diego maneja hasta su casa en las lomas, sintiendo una mezcla extraña de emoción y preocupación. Por primera vez en años está realmente interesado en conocer mejor a alguien, pero también tiene miedo de que Ricardo tenga razón.
Al día siguiente decide hacer algo que nunca ha hecho. Contacta secretamente a la diseñadora más exclusiva de México y encarga un vestido personalizado para Sofía. Cuando le pregunta la talla, inventa una excusa sobre un préstamo de vestidos de la empresa para empleados que asisten a eventos corporativos.
Sofía acepta el vestido con una sonrisa, aunque Diego nota que sospecha de la generosidad inusual. ¿La empresa realmente tiene un programa de préstamo de vestidos? Pregunta con curiosidad. Es algo nuevo que estamos probando, miente Diego sintiendo calor en las mejillas. Mientras tanto, en Shochimilko, Sofía llega a su casa cargando una caja elegante con el vestido más hermoso que ha visto en su vida.
Su mamá, Carmen, está viendo televisión en la pequeña sala. ¿Qué traes ahí, mija hija? Un vestido para el baile de la empresa mamá. Mi jefe me invitó. Carmen apaga la televisión y mira a su hija con atención. Tu jefe te invitó como su acompañante. Sí, pero es solo trabajo. Necesita alguien que conozca a todos los invitados importantes. Carmen sonríe con sabiduría.
Ay, Sofía, ese jefe tuyo te ve diferente. Una mamá se da cuenta de esas cosas. No digas eso, mamá. Somos de mundos completamente diferentes. El mundo no importa cuando hay sentimientos verdaderos de por medio. Dice Carmen tocando la mano de su hija. Pero ten cuidado, mi hija. Los ricos juegan con reglas diferentes a las nuestras.
Esa noche Sofía se prueba el vestido frente al espejo de su cuarto. Es azul turquesa, con una caída perfecta que la hace verse elegante y sofisticada. Por un momento se permite soñar con que todo sea posible, pero las palabras de su mamá resuenan en su cabeza. Los ricos juegan con reglas diferentes.