El hombre perfecto me llevó al altar, pero en su mansión descubrí una puerta escondida.

Daniel apareció detrás de mí. No estaba sorprendido de verme. Su expresión era serena, casi calculada. “Emma”, dijo con voz grave, “no debiste entrar aquí.”

Me paralicé. Intenté preguntar, exigir explicaciones, pero sus palabras me helaron:
—Ella estaba antes que tú. Ella siempre estará aquí.

Cuál es la estructura de la ceremonia católica? Conozcan el paso a paso

No aclaró más. Solo cerró la puerta, dejando a aquella mujer atrapada otra vez en la penumbra.

Esa noche comprendí que mi matrimonio no era real. Yo no era esposa, sino una pieza en un juego siniestro que Daniel había diseñado. La otra mujer no era una amante en el sentido convencional: era un secreto enterrado, una presencia que él protegía con obsesión enfermiza.

Desde entonces, cada rincón de la mansión me resulta hostil. Cada mirada de Daniel parece esconder un plan más oscuro. Vivo en una jaula dorada, rodeada de lujos, pero sin libertad.

La pregunta me atormenta: ¿quién es esa mujer? ¿Una antigua prometida? ¿Una víctima? ¿O simplemente un reflejo de lo que yo misma me convertiré con el tiempo?

Las apariencias engañan. Mi boda fue perfecta, sí. Pero detrás de la perfección se escondía la verdad más perturbadora: me casé con un hombre que nunca me amó… porque ya tenía a alguien más, encerrada en su propio infierno.

Y ahora yo también formo parte de ese secreto.

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