El hermano menor pidió dinero para comprar casa. La hermana mayor le transfirió medio millón sin dudar, mientras que la segunda…

Me dejé caer al suelo, las lágrimas rodando.
No era tacaña…
Solo sabía que si me daba dinero fácil, lo malgastaría.
Que no valoraría lo que cuesta.

Ese frasco no contenía solo pepinillos.
Estaba lleno de fe.
De amor silencioso.
De la sabiduría de una mujer sencilla que pensó en mí incluso cuando yo la ignoré.

Al día siguiente, pagué todas las deudas.
Cuando todo quedó en orden, tomé el coche y conduje de vuelta al rancho.

Era justo la hora de la comida.
Mariana estaba ahí, en su silla de palma, sirviéndole pepinillos a la abuela.
Me acerqué sin decir palabra.
Puse una maleta sobre la mesa.
Dentro: un millón de pesos.

Incliné la cabeza profundamente y dije:

—Hermana…
me comí todo el frasco.
Gracias por enseñarme una lección que nunca olvidaré.
Gracias por confiar en mí incluso cuando ni yo lo hacía.

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