“El esposo y la familia la echaron a ella y a sus trillizos recién nacidos en la medianoche, sin saber que su esposa era…”

—Sí, iré esta noche.

Su tono era bajo, secreto. Elise se congeló. No escuchó lo que decía, solo cómo lo decía: cálido, ansioso, exactamente como nunca le hablaba ya. Un escalofrío silencioso recorrió su cuerpo. Algo en su corazón susurró, no en voz alta todavía, pero lo suficiente para inquietarla. Esta noche, algo va a pasar, y a kilómetros de distancia, otro teléfono vibró con el mismo mensaje.

En manos de la mujer que Daniel pensaba que Elise nunca descubriría.

La puerta del auto de Daniel se cerró de golpe, resonando en el estacionamiento silencioso. No estaba solo. Una mujer se inclinó hacia el asiento del pasajero antes de que él siquiera se sentara. Sus movimientos eran seguros, ensayados, como alguien que lo había hecho muchas veces.

Era Clara Voss, de 28 años, hermosa, pulida, de mirada aguda. Trabajaba en la oficina de Daniel como asistente de marketing, pero todos los que prestaban atención sabían que ella era mucho más que eso para él. Era la otra mujer, la que había reemplazado a Elise en lugares que Elise ni siquiera sabía que había sido desplazada.

Mientras Daniel se alejaba en su auto, confiado en su aparente libertad, Elise permanecía en silencio, su corazón latiendo con fuerza. Años de paciencia, sacrificios y observación silenciosa finalmente estaban a punto de rendir fruto. La orden de protección de su padre, que había permanecido latente, se activó en el momento exacto. Tres SUV negras se acercaban por la calle, siguiendo el rastro digital de la codicia de Daniel hasta la puerta de su casa.

—Alguien, ayúdame… —susurró Elise entre el frío de la noche.

Una voz familiar emergió de uno de los vehículos y la llamó por un nombre que había enterrado durante años:

—Señorita Lauron, hemos estado buscándola.

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