Sin saber que su esposa era la única heredera de un multimillonario, el esposo y la familia la echaron a ella y a sus trillizos recién nacidos a medianoche, en el frío helado. Lo que ella hizo después los dejó a todos impactados. Él no solo levantó la voz. En esa pequeña casa familiar, su esposo y su familia se quedaron observando mientras él arrastraba a su esposa, todavía sangrando tras el parto, hasta la puerta principal, le metía en brazos a los tres recién nacidos que lloraban, y la empujaba al aire gélido de la medianoche.
Su madre y su hermano menor observaban, y su amante sonreía con desdén desde el pasillo. Esa noche, Elise Lauron, conocida por todos en la casa simplemente como Elise Hayes, la esposa tranquila y ordinaria, cayó de rodillas en el porche de madera.
Sus pies descalzos ardían por el frío. Sus brazos temblaban mientras intentaba abrazar a los tres bebés contra su pecho. Dentro, su esposo Daniel cerró de golpe la puerta y apagó las luces como si ella nunca hubiera existido. Pensó que ella no tenía a dónde ir. Pensó que no tenía a nadie.
Creyó que arrojarla a ella y a los trillizos en la oscuridad borraría su existencia de su vida para siempre. Lo que nunca supo fue esto: la mujer que acababa de abandonar no era solo una esposa. En todos los documentos legales que él nunca se molestó en leer, ella seguía siendo Elise Lauron, la única heredera de la poderosa familia Lauron. Años atrás, su padre había colocado discretamente una orden de protección sobre su nombre y cuentas bancarias, una que alertaría a su gente si alguien abusara de su identidad o si estuviera en riesgo
.
Esa misma noche, Daniel regresó a la casa para celebrar su libertad con su amante.
Los últimos cargos fraudulentos que realizó a nombre de Elise activaron esa antigua orden. Mientras él se reía, tres SUVs negras ya giraban en su calle, siguiendo el rastro digital de su codicia hasta su puerta. Mientras Elise susurraba: “Alguien, ayúdeme…”, una voz familiar emergió de uno de los SUVs y la llamó por un nombre que ella había enterrado durante años. “Señorita Lorome, la hemos estado buscando”.
Desde ese momento, esto dejó de ser una historia sobre una esposa débil. Se convirtió en una guerra silenciosa, una guerra de pruebas, estados bancarios, grabaciones de video, abogados, silencios en la corte, y en una caída que Daniel jamás vio venir.