
El esposo obligó a su esposa a abortar al bebé para poder estar más libre con su amante. Pero ella eligió dejarlo todo, huyó a Cebú y en secreto dio a luz a gemelas. Siete años después, regresó con sus hijas para que su exmarido sintiera el castigo en cada paso.
Adrián quedó atónito. Todos los recuerdos lo golpearon: la noche en que rechazó a su hijo, la frialdad de sus palabras. Y ahora, frente a él, estaban dos niñas vivas que eran prueba de su pecado.
Esa misma noche, Adrián regresó a casa de Mariel y se arrodilló frente a la puerta. Lloraba:
—“Perdóname. Dame una oportunidad. Déjame ser su padre.”
Pero Mariel respondió firme:
—“No tienes derecho a ser padre. No los elegiste. Cuando debiste luchar por ellos, nos abandonaste. ¿Ahora quieres redimirte? Mis hijas no son trofeos de tu arrepentimiento.”
—“Solo quiero pagar por mi error…”
—“Pagarás,” lo interrumpió. “A partir de mañana, transferirás el 20% de tus acciones del restaurante a la Fundación para Madres Solteras. Y lo escribirás tú mismo: como disculpa.”
Adrián tembló: “¿Estás usando a las niñas para presionarme?”
Mariel sonrió fríamente:
—“No. Estoy usando tu pecado para enseñarte responsabilidad.”
Meses después, Mariel y las gemelas regresaron a Cebú. Adrián se quedó atrás: delgado, callado, y visitando todos los días la fundación que llevaba su nombre. Escuchaba las historias de mujeres a quienes sus esposos habían abandonado, tal como él lo había hecho con Marites.
Una tarde, Amihan le preguntó a su madre:
—“Mamá, ¿por qué no podemos llamarle papá?”
Mariel acarició el cabello de las gemelas, sonriendo:
—“Porque él no nos eligió antes. Pero yo, yo nunca las dejé. Así que con que me llamen mamá, es suficiente.”
Y ahí termina la historia: no con un grito de ira, sino con el silencio de una mujer fuerte. Eligió luchar por su dignidad y convirtió su propia fortaleza en su arma.
Ella es la mujer que una vez fue abandonada, pero que al final se levantó y probó la justicia.