Michael sintió una culpabilidad extraña y revuelta que le subía al estómago. Por primera vez, se preguntó si se había casado con alguien que no podía comprender la gravedad de lo que había hecho.
Pasó el resto de la mañana dando vueltas. Intentó llamar a Linda, pero no contestó. Envió un mensaje que no leyó. Cuando finalmente llamó al motel, se enteró de que ella se había marchado horas antes y ya estaba de camino a Sacramento.
Algo en su interior cedió.
En las semanas siguientes, la situación solo se volvió más tensa. Linda mantenía las distancias, respondiendo con mensajes breves y corteses. Las vacaciones eran incómodas. Emma se quejaba de que la «tensión lo estaba arruinando todo», mientras que Michael se encerraba aún más en sí mismo, incapaz de quitarse de la cabeza el recuerdo de la silenciosa humillación de su madre.
Por fin, una fría mañana de enero, no soportó más el silencio. Condujo a Sacramento sin avisar y llamó a la puerta de su apartamento. Cuando ella abrió, pareció sorprendida, pero no enfadada.
Se sentaron a la pequeña mesa de la cocina y hablaron durante horas. Sin gritos ni dramatismo, solo honestidad. Michael se disculpó una y otra vez, de verdad. Linda no lo perdonó a la ligera; le hizo preguntas difíciles sobre por qué se había sentido obligado a menospreciarla para ganarse la aprobación. Él respondió con la mayor sinceridad posible, avergonzado de lo mezquinos que habían sido sus motivos.
Al final, decidieron empezar a reconstruir, poco a poco. No porque estuvieran obligados, sino porque ambos lo deseaban.
La boda siguió siendo una herida, pero no una decisiva. Con el paso de los meses, Michael se volvió más protector con su madre, más consciente de los sacrificios silenciosos que ella había hecho. Y Linda, por primera vez en mucho tiempo, se permitió albergar la esperanza de que su hijo comenzara a verla con claridad: no como un símbolo de adversidad, ni como un chiste, sino simplemente como una persona.
Su relación nunca volvería a ser exactamente lo que fue. Pero tal vez no necesitaba serlo. Tal vez podría convertirse en algo mejor.