—Y esa de ahí —señaló a Isabela—, esa inmigrante que se volvió tu favorita, ¿de verdad cree que pertenece a este mundo?
Murmullo de shock. Isabela bajó los ojos. Humillada.
Pero antes de que el silencio se convirtiera en vergüenza, Christopher dio un paso adelante.
—Basta, Sara. —Su voz resonó con autoridad—. ¿No te diste cuenta de que es precisamente este tipo de odio lo que nos está matando por dentro?
Él se volvió hacia Isabela. Tomó su mano delante de todos.
—Ella me enseñó más sobre liderazgo y coraje que cualquier ejecutivo aquí dentro. Y si el mundo cree que ella no pertenece a este lugar, entonces yo tampoco pertenezco.
El salón estalló en aplausos. Evely, con lágrimas contenidas, abrazó a su hijo. Sara fue retirada discretamente.
Christopher tomó el micrófono.
—Mi madre pasó meses limpiando estos pasillos… Y fue allí donde encontró no solo a la mujer adecuada para este lugar, sino a la persona que me mostró lo que es amar de verdad.
Se volvió hacia Isabela. Todo el salón contuvo la respiración.
—Isabela Ramírez, ¿aceptarías caminar conmigo no como empleada, sino como compañera de vida?
El mundo se detuvo. Isabela se llevó las manos al rostro. Increíble.
Evely, con el corazón acelerado, susurró: “Él tiene la misma mirada que tenía su padre cuando me pidió matrimonio.”
Lágrimas cayeron silenciosas. Isabela dio un paso adelante. Sonriendo entre el llanto.