El bebé de 2 años seguía señalando el ataúd de su padre y llorando desconsoladamente. Lo que ocurrió después fue horripilante…

El director explicó, incómodo:
—“El cuerpo en el ataúd no era el de su esposo. Era el de otro hombre mayor que había fallecido recientemente. Su esposo fue colocado en el ataúd equivocado. Lo lamento mucho.”

Emily apenas podía procesar lo que oía.
—“Entonces… ¿ese no era Mark?” —preguntó, con la voz temblorosa.

—“No. El cuerpo de su esposo sigue aquí, en otra sala. Lo prepararemos para una nueva ceremonia. Le ofrezco nuestras más sinceras disculpas.”

Emily corrió a verlo. El hombre en el ataúd no era Mark. Era un desconocido, mayor, con arrugas marcadas en su rostro. En sus manos llevaba un relicario plateado que le resultó familiar. Emily contuvo la respiración: era el mismo relicario que Mark solía usar, el que ella misma le había regalado años atrás. Pero aquel no era Mark.

Salió de la funeraria aturdida, sintiendo que el mundo se le derrumbaba. Había estado llorando a un extraño. Y lo peor: ¿dónde estaba realmente Mark?

Pronto descubrió que el hombre enterrado en lugar de su esposo era Thomas Westbrook, un antiguo amigo de Mark con quien había terminado en malos términos. Años atrás, Mark lo había ayudado, pero Thomas lo había traicionado, dejándole deudas y dolor. Ahora, todo apuntaba a que Thomas había manipulado las circunstancias que llevaron a la supuesta “muerte accidental” de Mark. Incluso había orquestado el cambio de cuerpos como un último acto de venganza.

Lo más perturbador era Noah. Emily comprendió que su hijo lo había sabido todo desde el principio. Sus gritos en el funeral no eran simples expresiones de dolor: eran advertencias. Noah señaló el ataúd porque, de algún modo, sabía que el hombre dentro no era su padre.

La investigación reveló que la muerte de Mark no había sido un accidente, y que su propio hijo había intentado, con su inocencia, alertarla.

Emily nunca olvidaría la forma en que Noah lloró aquel día, ni la manera en que, sin entender del todo, trató de decirle la verdad. La realidad era mucho más oscura de lo que jamás habría imaginado, y la perseguiría para siempre.

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